De la inutilidad.

Ayer hice limpieza del trastero y, como a todos nos ha sucedido alguna vez, llegué a ese momento crítico en que toca tirar cosas. Instantes de angustia en que debes sopesar si ese cachivache inservible que llevas años sin ver, y del que ni siquiera te acordabas, merece ser salvado de la quema o ir directo a la pira de recuerdos que más te vale destruir rápidamente si no quieres echar el día divagando.

Es curioso como un objeto cuya única utilidad en los últimos diez años ha sido ir cogiendo polvo adquiere súbitamente un enorme valor emocional. De modo instantáneo tu vida se para y, mientras lo manoseas, viajas al pasado a tal velocidad e intensidad que cuando vuelves en ti mismo parece que haya transcurrido una eternidad. Tu hijo te mira con cara rara y pregunta: “Papá, ¿estás bien?”

La limpieza me provocó varios trayectos temporales. Volví a mi infancia con un ordenador que fallaba más que una escopeta de feria. Volví a escuchar a mi madre en el Seiscientos camino de clase. Volví al instituto con discos y más discos que nunca volveré a poner pero sí escuchar. Otros soportes, otros momentos. Volví a las habitaciones de las casas de mis compañeros de colegio. Volví a la Universidad y a la cabeza me vino el momento en que, de improviso, decidí estudiar la carrera que hice y todas las implicaciones futuras de aquella simple elección juvenil. Volví a Madrid con la primera tarjeta de visita de mi primer trabajo. Volví a recordar viejos amigos con una agenda de teléfonos en la que veo mucha gente muerta antes de tiempo. Volví a viajar con cientos de fotos en papel. Volví a cruzar el charco, a pisar infinitas islas, a subir, a bajar. Decenas de países, tres continentes. Volví a escribir a máquina y a patinar. Volví a conducir aquel coche que destrocé en un milagroso accidente que solo me costó un dedo roto. Volví a dar malas noticias. Volví a recibirlas. Volví a engordar, volví a adelgazar, volví a ver a mis hijos no dormir. Volví a perderme en el monte y a fumar en los bares. Volví a casa de mi abuela y a oler sus croquetas. Volví a estar a punto de perder a un hermano. Volví a tener un nudo en la garganta.

Volví a saborear el precioso y efímero espacio de tiempo entre la puesta de sol y la completa oscuridad de la noche. Volví a recordar que podría vivir eternamente en ese tramo. Volví a conocer a mi mujer y entonces sonreí y decidí dejar de volver en vista de que el asunto podía convertirse en un bucle. Y entonces opté por la vía rápida: todo a la basura sin pensar demasiado en ello.

En breve necesitaré espacio para nuevas inutilidades.

A las que volveré a enfrentarme o tiraré al fuego dentro de diez años.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 17 de Mayo de 2017

2 respuestas a «De la inutilidad.»

  1. Que bonito relato, seguro que no soy al único al que haces viajar a sus recuerdos. Y es que los trasteros son mucho mas que un espacio de almacenamiento.

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