El botón del abrigo

Cuando metí el abrigo en el armario aquella primavera de hace once años no imaginé que sería como aparcar mi particular Delorean, encapsulando ese instante inconscientemente. Fijando un momento colgado de una percha.

Cuando ayer abrí de nuevo el mueble, tiritando de frío en este polar invierno, no podía ni de cerca pensar que la máquina del tiempo arrancaría a la primera. Lo bueno se paga. Pero esperen, que no todo fue tan rápido. Cogí la antigua prenda con sorpresa, cuánto ha pasado, me pregunté. El abrigo en cuestión es grande, es gustoso, es clásico, mucho, y ni tan siquiera recuerdo la última vez que me lo puse. Entonces acabé de vestirme, me metí en él y como por arte de magia sucedió.

Fue aquel un invierno gélido, haciendo memoria tanto o más que este. O yo estoy más viejo, más flaco y sufro peor. En una de las habituales visitas a mi abuela le pedí que cosiera un botón por dentro, para poder dejar juntas las solapas en el pecho. Siempre he sido un friolero, siempre le pedía cosas de aguja e hilo. Sabía que le gustaba y de paso se entretenía. Pantalones, camisas, vestidos, con su Singer enmendaba cualquier cosa.

El flash fue terminal, ella sentada en su sillón, las gafas en la punta de la nariz, su falda y zapatillas de estar por casa, sus manos leñosas moviéndose expertas, sus cuidadas uñas, la resistencia del calefactor al rojo vivo, el mando y la tele de fondo, nuestros bebés por el suelo jugueteando en su salón. El cuenco de los frutos secos, un Aquarius, la estampa de San Antonio de Padua y un rosario.

No me metas prisa, cuando haya terminado te aviso, hijo mío. A veces me llamaba así, mi tío y yo en algun momento de nuestras vidas fuimos hermanos.

Nos dejaste hace once años pero el abrigo, como tantos otros recuerdos, te ha traído a hoy. Como cada viernes, aquí al lado. Mis dedos entrando al abrigo han tocado los tuyos cosiendo el botón.

Abuelica… ¿quedará alguien que aún no crea en los viajes en el tiempo? Si hasta me ha venido tu olor.

Nuestras madres, nuestras mujeres, nuestras hijas

Todos tenemos al menos una mujer en nuestras vidas: nuestra madre. Y con motivo de su día el pasado domingo, creo que merecen un pequeño homenaje, ese que les regateamos siempre y que nunca es suficiente. Ese que ya, ese que ahora. Ese que va.

Comienzo por Milagros, mi madre, toda su vida trabajando de maestra, enseñando (asignaturas y otras cosas que sólo los verdaderos maestros saben enseñar) a los críos que tiene todavía cada día en clase. Mi madre me parió con dieciocho y la confundían con mi hermana en cuanto crecí un poco. Mi madre ha estado al pie del cañón echándose la casa a hombros y sacando adelante a dos hijos con muchas alegrías, algunas penurias y más de un zapatillazo. Seguro que os veis identificados en estas letras y decís que la vuestra tal y cual, pero como la mía no hay ninguna. Mi madre es tope de gama, como dice mi hermano. Nombrar a mi madre saca una sonrisa en la cara a cualquiera de sus conocidas. Como para no estar orgulloso, como para no querer seguir sus pasos. ¡Gracias Madre!

Y seguimos andando entre mujeres, porque algunos tenemos además la suerte de añadir otras protagonistas femeninas a este camino que nos toca recorrer entre la vida y la muerte, entre que nacemos (nos paren) hasta que morimos (nos entierran). Personalmente puedo sentirme afortunado porque otras tres pedazo de tías me están acompañando o me han guiado hasta estos días y lo que me queda por delante: Mi esposa, mi abuela y mi hija.

Paz, mi mujer, madre también de Paz, mi hija, que se iba a llamar Aurora, como mi abuela. Y es que la conexión entre las tres ha sido siempre muy especial. Paz madre es la lotería que a uno le toca en vida y Paz hija tiene todas las trazas de ser tan grandísima persona como la que le dio nombre. Una nena de once años mezcla perfecta entre el sentido común de una visión de la vida privilegiada y el desparpajo lógico de su feliz infancia. Las dos Paces son un equipazo que a los Nachos nos dan sopas con onda. Qué bueno es reconocerlo, qué bien se queda uno sabiendo que está en buenas manos. ¡Gracias Paces!

Acabo con mi abuela, estandarte Ruiz (ese segundo apellido que muchos confunden con el primero pensando que tengo nombre compuesto). Esta bandera sí me representa, ondeada por ella al son de sus enseñanzas, que son tantas que me faltan líneas. Que aún desde el otro lado me enseña cada viernes sus puntos de vista únicos y auténticos, como la estación de lluvias que llega tras la época desértica.

Es una suerte tenerlas, es un placer disfrutarlas, es un orgullo acompañarlas.

Nuestras madres, nuestras mujeres, nuestras hijas.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
8 de mayo de 2019