Y que salga el sol por Antequera

La prisa nunca formó parte del día a día de nuestros antepasados, o eso quiero pensar mientras tranquilamente y bien acompañado recorro las calles de este precioso pueblo malagueño, pensando en los tres días que hemos pasado aquí, totalmente sorprendidos de lo que nos ha ofrecido tanto el casco urbano como sus alrededores, pues hasta la fecha sólo conocíamos de esta zona la frase que da nombre a esta columna y cuyo origen se remonta, dicen, al Infante Fernando (otros al Sultán “El Zagal”) y que viene a decir que en la vida hay que echarle valor.

Un pueblo acogedor y especialmente limpio, cuidado y querido por su gente, así se desprende al pasear sus calles y sus cuestas, al llegar a la imponente Alcazaba, desde la que por sus miradores puedes contemplar los cerros que lo rodean, mejor si está atardeciendo, las casas todas blancas, las calles todas con un mismo ritmo, ese que da una arquitectura urbana ordenada y sin estridencias, que aporta placer visual al visitante e imagino que paz interior al que allá vive. Eso es Antequera, equilibrio entre pasado y futuro, entre comercio local y comprensión del negocio turístico.

O al menos eso es lo que a nosotros nos transmitió “la ciudad de las iglesias” (la que más tiene por habitante de toda España) con su cuesta de San Judas (delicioso rincón), su cerveza en el Coso Viejo, sus vistas desde Arco de los Gigantes, su dorado Angelote marcando el paso o su Colegiata de Santa María acompañando las pendientes. Y con su comida, por favor, qué gastronomía, con la porra antequerana y los alfajores a la cabeza de un abanico de opciones de lo más variopinto y placentero.

Pero no todo es ocio, los alrededores de Antequera ofrecen algo único como El Torcal, bautizado como el paisaje kárstico más importante de Europa, que puedes recorrer gratuitamente eligiendo la ruta que más se adapte a tu estado de forma o tiempo disponible (recuerda la primera frase de esta columna y aparca la urgencia) y pasear acompañado de cabras montesas, alucinando al ver cómo hace millones de años esto estaba bajo el océano, generando curiosas formaciones rocosas en su “salida a la superficie”.

No puedes perderte tampoco el mítico Caminito del Rey, que tanto tiempo llevaba deseando visitar, una ruta a través de impresionantes pasarelas suspendidas a cien metros de altura a través de las paredes del desfiladero de los Gaitanes, cañón excavado naturalmente por el río Guadalhorce, dando como premio un gratificante y placentero rodeo de siete kilómetros por sus alrededores para maravillarte con su flora, su fauna y sus historias. Absténganse personas con vértigo o apremio.

Espero que esta guía turística que me acabo de sacar de la manga os invite a visitar este pueblo y sus alrededores, pero tampoco mucho, pues hemos agradecido especialmente que no estuviera ni mucho menos masificado como otros preciosos destinos en los que hemos estado en los últimos tiempos, tanto en España como el extranjero. Bromas aparte, lo tenemos a tres horas y pico de Murcia, perfecto para cuartel general de unas pequeñas vacaciones por toda Andalucía, de la que tanto tenemos que aprender en estos y otros asuntos.

Japón, tan lejos y tan cerca

Siempre he sentido cierta pasión por la cultura oriental, mi primer tatuaje (ya inexistente tras el correspondiente y doloroso borrado) era un hanzi de dudoso significado, he leído y visto libros y películas de esa parte del mundo con frecuencia e incluso aprobé primero y segundo de Chino en la Escuela Oficial de Idiomas, aunque tuve que dejármelo en tercero por una mezcla del aumento exponencial de la dificultad en ese curso y la falta de tiempo para estudiar y poder seguir las clases con solvencia conforme mi empresa iba creciendo.

Nunca me he quitado la idea de viajar a esa otra zona del planeta, tan lejana y a la vez, conforme se va globalizando esto a la velocidad del rayo, tan cerca. Por eso, tas un intento fallido en 2020 por culpa del Covid, vuelvo a la carga con una idea, loca quizá, pero en la que siempre he encontrado acompañantes: viajar a una gran urbe mundial y correr su maratón.

Ya fuimos en 2014 a Nueva York, con una carrera absolutamente sobrevalorada en mi opinión, quizá por el frío polar que nos tocó sufrir, porque era mi primera maratón o por las continuas subidas y bajadas que suman un considerable desnivel (crónica aquí). Repetimos en 2015 yendo a Berlín, un paseo por la pradera, temperatura ideal, aunque a cambio te toca entrenar las tiradas largas en el pleno verano murciano y eso es un verdadero suplicio, un recorrido precioso y circular, practicamente plano (crónica aquí).

La próxima parada es Tokio, en 2025, con tiempo suficiente para prepararnos física y económicamente, es un viaje caro pero claro, es que vamos a tirarnos 10 días conociendo Japón, su cultura, sus templos, sus míticas montañas como el Monte Fuji, moviéndonos en tren bala de una ciudad a otra (Tokio a Kioto), conociendo sus lagos, balnearios y seguro que comiendo el mejor sushi que nunca hayamos probado.

Para dar a conocer este nuevo periplo, presentamos por todo lo alto el propyecto hace unos días, y gracias a los patrocinadores y colaboradores, además de un gran descuento de grupo que nos ofrece la organización, viviremos de nuevo una aventura inolvidable.

A tiempo estás de unirte a nosotros.

¿Qué, te animas?


Toda la info aquí: “Maratón de Tokio 2025”

Londres, Murcia y nosotros

Han puesto en Murcia una noria que se parece al London Eye, a la que nos subimos justo la tarde antes de coger un avión hacia la capital británica desde el Aeropuerto de Corvera, en el que por cierto ha sido el primer vuelo que cojo desde allí y mira que no será por viajar poco.

Las vistas desde arriba del todo son impresionantes y permiten a uno percatarse de que nuestra capital murciana ha cambiado mucho, a mejor creo yo, en los últimos años, en diversos aspectos y a ver si no lo fastidiamos.

Londres también ha cambiado mucho, muchísimo, desde la última vez que lo visité (y van cuatro ya) hace 15 años, cuando mi mujer y yo éramos dos jóvenes solteros, siendo ahora un cuádruple pack con hijos adolescentes que han disfrutado de lo lindo con la ciudad inglesa, tanto o más que nosotros.

Desde arriba del todo de su otra noria nos hemos encontrado una urbe menos internacional quizás ahora (¿será cosa mía o es culpa del Brexit?) pero tan maravillosa como siempre, única en el mundo, capaz de haberle sacado un flamante y cegador brillo al Big Ben pero tener la misma mierda de siempre en las moquetas de los hoteles, una ciudad tan plagada de Lamborghinis como de gente sin hogar, un planeta en sí mismo, obsesivamente auténtico hasta el extremo del paroxismo.

Llegar a Victoria Station y patear Belgravia hasta el Buckingham Palace, cruzar el Green Park hacia Picadilly Circus, ver a Mary Poppins en Leicester Square, un Beefeater, música callejera en China Town, el Soho y un helado en Covent Garden mientras anochece.

Una caminata atravesando Trafalgar Square y su columna de Nelson (a un paso de otra preciosa, la de Cleopatra a la orilla del río), ver tan cerca y tan lejos el número 10 de Downing Street, la abadía de Westminster y las casas del Parlamento, un fish and chips en el South Bank, Saint Paul’s Cathedral, la City, los genios de la Tate Modern (allí tienes a Mondrian, Matisse, Lichtenstein o Warhol) y los continuos sustos al cruzar la calle.

Un paseo en bici por Hyde Park, el memorial de Lady Di, la Torre de Londres, el Tower Bridge, un crucero por el Támesis, un picnic en St James Park, el Museo de Historia Natural, Chelsea, Paddington, South Kensington, Notting Hill, Portobello y las pintas de cerveza a precio de litro de aceite de oliva.

Nosotros, como personas, también cambiamos y si el precioso panorama exterior avanza en armonía con lo que llevas dentro el asunto provocará sentirse orgulloso, más aún de uno mismo que de las ciudades en las que vive o visita, al fin y al cabo aparece aquí otra noria, que es nuestra vida, y a mi edad puedo considerar que estoy y veo todo desde justo arriba, comenzando a bajar, por eso es un orgullo poder viajar con tus hijos, enseñarles otras partes del globo, que se desenvuelvan cada vez mejor y en otros idiomas, porque si en nuestra vida hay un futuro ya es el suyo y aquí estaremos siempre que podamos para por un lado guiarles, al menos mientras ellos quieran y por otro lado acompañarles, aunque eso sí que va a ser para siempre.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
Septiembre 2023

¿Qué está pasando en Dubái?

Es curioso cómo la vida profesional te va conduciendo a lugares que no esperas o no decides y a mí me ha llevado últimamente varias veces a esa parte del planeta que conocemos como Oriente Medio. Tras Israel, Turquía y Egipto, ha sido el turno de los Emiratos Árabes, concretamente Dubái, uno de los siete que componen este país bañado por las aguas del mítico Golfo Pérsico y rodeado del no menos imponente Desierto de Arabia. Cuatro países tan parecidos como diferentes.

Dubái llama la atención desde el primer momento por su continuo gigantismo, todo allá es descomunal, todo parece hecho para superarse a sí mismo, he perdido la cuenta de cuántas cosas “más grandes del mundo” tiene esta ciudad, aunque por momentos roce el esperpento como las imitaciones del Big Ben de Londres o el edificio Chrysler de NYC, todo ello dominado como un vigía por el interminable Burj Khalifa y sus más de 800 metros de altura. Párate un segundo a pensarlo, estamos hablando de algo que es 8 veces la torre de la catedral de Murcia, 3 veces la Torre Eiffel o casi 4 veces el Pirulí de Madrid. Un mastodonte que se puede divisar perfectamente desde cualquier punto de la larguísima urbe que cuenta con dos “centros urbanos” separados por unos 30 kilómetros en línea recta y atravesados por múltiples autovías con diez carriles en cada sentido. Súmale una incontable cantidad de estructuras cada cual más rimbombante, giros imposibles, círculos, cuadrados, rectángulos, torres que se unen a sus gemelas con un techo común en forma de barco o las tres más reconocibles como The Frame (un marco dorado de 150 metros de alto con un colosal vacío en medio), el Museo del Futuro (un cilindro en forma de donut que parece imposible arquitectónicamente) y The Palm Jumeirah (una isla artificial con forma de palmera donde viven más de 70.000 personas). Puedes buscar estos tres ejemplos en Google para una aproximación, pero ni te haces una idea por más que intente explicarlo o puedas verlo en fotos. Si alguna vez has estado en un plató de televisión o en el rodaje de una película entenderás mejor lo que intento transmitir.

Los gobernantes de Dubái están concentrando sus esfuerzos en ser el centro del mundo en aspectos como turismo o finanzas y con las acciones que promueven van camino de serlo, nos dijeron que han superado a París en número de visitantes este primer trimestre del año y nosotros mismos vimos que las grandes empresas se están moviendo en masa hacia allí atraídas por su casi total libertad de movimientos a todos los niveles, los impuestos son vistos como animales mitológicos y las posibilidades parecen ser interesantes para cualquier sector, especialmente los relacionados con el lujo. Si tuviera 20 años menos no sé si me habría atraído la idea de instalarme temporalmente por aquellas latitudes, pero con una empresa consolidada, unos hijos ya adolescentes y el calor abrasador hasta para un murciano como yo ahuyentan cualquier peregrino pensamiento que pudiera cruzárseme por la cabeza, sin descartar, eso sí, colaboraciones puntuales que ya estamos valorando en la agencia.

Por otro lado, como siempre hago, recomiendo salirte un poco del guion, y de paso salirte del centro, de la limpieza de sus calles y cuidado extremo de cada rincón (algo que es ciencia ficción en Turquía o Egipto, por ejemplo) para ver otras realidades que no son tan fotogénicas. Momentos que hacen más gratificantes las palizas de avión, de reuniones y los cambios de hora, porque al igual que trabajando me dejo la piel, eso de terminar y tirarse en la cama del hotel a descansar no va mucho conmigo, rellenando siempre con iniciativas propias los huecos laborales de experiencias personales: salir a correr entre agua y arena, tomar un té o comerte un bocadillo en un local auténtico o callejear lo poco que permite una ciudad hecha casi en exclusiva para el coche. Lo hice hasta en Medellín con el peligro que aquello supuso para sorpresa de mis acompañantes y aquí no iba a ser menos: sin rastro de riesgo alguno (presumen de ser la ciudad más segura del mundo), sirve esto para ver la parte que no brilla tanto, como en cualquier sitio. Recomendable discusión para desarrollar en otro momento.

En resumen, Dubái es verdaderamente diferente a todo lo que he visto, ficticio y real a partes iguales, generando una sensación extraña en el visitante, al menos en mí que pensaba que todo allí está construido gracias al petróleo, pero el oro negro brilla por su ausencia y es el polvo del desierto el que, aunque continuamente estén limpiándolo, seguirá allí siempre, quien sabe si devorando en el futuro lo que antaño era suyo.


Gracias a ENAE Business School por el viaje formativo tan interesante que han organizado.


FOTOS DEL VIAJE:

https://photos.app.goo.gl/ug1FAN1njLyqF4zW6

Viaje a Egipto: Todos los sentidos

Viaje Egipto

Se me acabaron las palabras el primer día que intenté describir mentalmente lo que la capital egipcia ofrece cuando visitas sus calles y tuve que tirar de tantos adjetivos durante la bajada hacia el sur del país que decidí usar una nueva técnica, un nuevo modo de calibrar el espectáculo al que uno se enfrenta en un viaje a Egipto: los sentidos.

Los sonidos de El Cairo, las vistas de Luxor, los olores de Esna, los sabores de Asuán y el tacto de la gente. Egipto no son las calles ni las personas, no es el tráfico ni las costumbres, no son los gestos ni la comida, no es la Luna ni el Sol, los dioses ni los faraones, no es el polvo ni el agua, ni tan siquiera el caos, el orden o la mínima frontera entre el vergel y la tierra yerma… Egipto son todos los sentidos.

La romántica decadencia de las incontables callejuelas, la magnificencia de las Pirámides, la inmensidad del Valle de los Reyes, los mil un templos y mil y una tumbas, la potencia del Nilo y el sobrecogedor desierto besándolo continuamente, los profundos ojos de la gente allá donde vayas, la sobriedad de las mezquitas, la dura realidad en Edfu, la falta de aliento en Abu Simbel, la alegría del poblado nubio, la austeridad de los hogares, la inolvidable Esfinge, el bello cántico de los almuecines llamando a la oración o la crudeza de la Ciudad de los Muertos.

Y un sinfín de nombres para ver, escuchar, oler, saborear, tocar y no olvidar nunca: Ra, Saqqara, Horus, Giza, Hatshepsut, Karnak, Ramsés, Philae, Tutankamón, Kom Ombo, Set, Jan el-Jalili…

En plena noche, en avión desde el profundo sur, me quedé maravillado con la mágica serpiente de luces que forma el Nilo en su paradójica “bajada” hacia el Norte, rodeado de la más completa oscuridad. Una fila de vida plena entre la más inmensa sequedad de los desiertos que lo flanquean. La verdadera creación desfilando ante tus ojos.

Y esa fina capa de arena que invade absolutamente todo y acaba siendo parte de uno mismo, haciéndola tuya, como pieza de tu vestimenta, como unión a este pueblo con el que las diferencias son tan abismales que no merece la pena pararse a pensar en ellas, todo es diferente. Punto y aparte. No midas, no compares, no eches de menos, sólo siente.

Un país que deja sin aliento y te guía en el viaje que cada cual recorre por su vida. Un lugar mezcla perfecta de agua y arena, aromas y mestizaje, paisajes y ruinas, desorden y fragilidad, historia y futuro. Una civilización que fue primera en tantas cosas que abruma. Siete mil años de vida, viendo hoy revolotear como frágiles hojas secas las insignificantes vidas de todos los grandes hombres que hayan existido jamás en el planeta.

Y aquí siguen, contemplando el mundo pasar, agobiado ante sus urgencias: “El universo teme al tiempo, el tiempo teme a las pirámides.”

Un viaje a Egipto te deja sorprendido y enamorado, anclado al suelo con las preciosas y abismales distancias que parecen separarnos, pero en realidad nos han unido para siempre.


¿Estamos conectados?

“Nacho, ya tienes tema para tu próximo artículo, pero a ver cómo lo enfocas que no piensen que estás pirado.”

Recibo este whatsapp (literal) tras contar a mi tío Juan lo que me acaba de pasar en el avión Madrid a Santiago. Me dirijo a Pontevedra a dar una de las clases del curso que imparto habitualmente en la ciudad gallega. Y todavía me tiemblan las piernas.

Vale, pero volvamos unos días atrás que todo encaje mejor. Es sábado y hemos quedado a comer con mis tíos, hace tiempo que no nos vemos, lo está pasando malamente por (entre otras cosas) una puñetera hernia en la espalda que lo tiene jodido a la par que dolorido. Ya os he hablado de él alguna vez en estas páginas. Juan fue como un hermano mayor en una larga época de mi vida que ahora no toca contar y en la que los reales tenían todavía poco protagonismo: Jorge era prácticamente un bebé y a Macarena y Pablo aún le faltaban dos o tres lustros para siquiera ser “pensados”. Con él descubrí algunas de las cosas que se descubren en la primera juventud. Mi madre (su hermana), la suya (mi abuela), la playa, los mediodías laborables de colegio y los veranos al sol, forjaron un hormigón que aún se mantiene, como esos edificios que sin el lustre de antiguo, siguen en pie, haciendo su función. Qué os voy a contar, todos tenéis un tío, un primo o un sobrino Juan en vuestras vidas.

Necesaria introducción ya realizada, es hora de volver al sábado de marras: comida y lo típico, ponernos al día, hijos que crecen, trabajos con altibajos, familia cerca y guitarra a mano. Sí, esto último quizá no es tan típico pero tengo comprobado que ir a todos sitios con las seis cuerdas parece una locura inicialmente pero al final canta siempre hasta el vecino. A Paz le van a poner una estatua, pero eso es también otra historia que ya he contado y que no sorprende a nadie. Su cara cuando diluviando nos metimos dentro del taxi con un bulto que parece una escopeta quedará en mi retina bien fijada una larga temporada.

Venga, vamos a mi casa, un par de copas y comienzan los recuerdos, comenzamos con los Enemigos y Septiembre, canción de despedida habitual en la Torre. Seguimos con El Último de la Fila y sus grandes éxitos. Nos estamos calentando y entonces recuerdo que a los dos nos ha gustado mucho siempre Victor Manuel. Pero el Victor Manuel más antiguo, el de la Planta 14, Solo Pienso en Ti, Bailarina, El Cobarde o Soy un corazón tendido al sol. Las cantamos todas, una por una, repitiéndolas cien veces para desesperación de nuestras mujeres.

Pasa el fin de semana y cómo esas veces que no puedes sacarte de la cabeza un recuerdo, más cuando lleva parejo una canción, las melodías cruzan nuestros whatsapp en forma de audio o de texto. Ayer mismo la última vez: “Aunque soy un pobre diablo, se despierta el día y echo a andar” me escribió el jueves a las 7 de la mañana. ¡Qué grande eres, Juan!

Hoy es viernes y estoy embarcando en Barajas, delante y de espaldas tengo un señor de pelo blanco que comienzo a reconocer. No me lo puedo creer. Me tiemblan un poco las piernas. Esto es increíble. Nunca he sido muy de acciones estas que hacen los fans, pero no puedo resistirme. Allá vamos.

  • Perdona, ¿Victor Manuel?
  • Sí, hola.
  • No te lo vas a creer, llevo una semana cantándote con mi tío, ¿te importa que nos hagamos una foto?

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
La Verdad de Murcia
Abril 2022

Estambul, entre dos continentes

Estambul, ciudad Asia Europa

Que hay una época para cada cosa en la vida lo sabe todo el mundo, aunque tardemos a veces más de la cuenta en ser conscientes del asunto. Mira hacia atrás y dime que no tengo razón. Cuántos argumentos tragados, cuánta nueva perspectiva años después, cuántos diferentes prismas van apareciendo por los que visualizar y entender, antes o después, que lo único inmutable es la propia mutabilidad. Y lo vivido en Estambul lo demuestra.

No es la primera vez que hablo de mis contradicciones, de lo que nunca haría y ahora es rutina, de lo que odiaba con toda mi alma y actualmente amo. Y viceversa, por supuesto. A la infinita lista anterior toca unir hoy los viajes organizados, madre mía, con lo que he renegado de ellos tantas veces en la juventud ya van unos cuantos últimamente, quizá tener que viajar tanto por mi cuenta fue el detonante de la necesidad de dejarse llevar y pensar poco de vez en cuando, disfrutar con todos los sentidos del destino elegido sin esa chispa que otras veces puede proporcionar perderse, llegar tarde, confundir una conexión en el metro, no tener claro el cambio de moneda, desorientarse o no encontrar lo que en algún momento se busca.

Estambul, con el Colegio de Economistas de Murcia ha sido el último ejemplo de sus ventajas, viaje exprés bien exprimido por un genial organizador y con una compañía inmejorable. No tenía ni idea de que unido a la cantidad de beneficios que otorga la colegiación se incluían estas maravillas. La ciudad más grande de Turquía (inabarcable a la vista, más de quince millones de habitantes) necesitará una visita de revision más adelante, ojalá con la prole, para acabar de interiorizar el shock que en el visitante produce esta joya. Rodeada por el mar de Mármara y el estrecho del Bósforo (el famoso Cuerno de Oro) las empinadas calles te reciben entre cantos a la oración y mercaderes del siglo XXI con las manos tan abiertas como solo puede hacer un histórico lugar mezcla de todo: continentes, religiones, mares, rutas comerciales y distintas personas. Vistas que quitan el aliento, riberas jalonadas de perlas arquitectónicas, paisajes urbanos descomunales, Historia con mayúsculas: sultanes, emperadores, césares, príncipes, cambios continuos, puesto que como nosotros, las ciudades también evolucionan, a veces a mejor.

La plaza Taksim, el barrio de Galata, la calle Istiklal (especialmente sus alrededores), los Palacios de Dolmabahce y Topkapi (con sus respectivos harenes), la Mezquita Azul, la de Solimán el Magnífico y la de Rüstem Paşa, el Mercado de las Especias, el Gran Bazar o el Hipódromo. Bocadillos de caballa, té por la calle, delicias turcas, música en directo, gatos y perros. Pero por encima de todo la indescriptible Mezquita de Santa Sofía donde parece concentrarse toda la fuerza del mundo. Qué momento. Metrópolis vivísima, a medio camino entre Asia y Europa, con calles abarrotadas, cientos de palacios, mezquitas y banderas, miles de tiendas, millones de personas y alguna que otra Bomonti, la riquísima cerveza marca de la casa. Porque Estambul es cultura, es noche, es ocio, es día.

Por supuesto que la clave es alternar unas cosas con otras y, si estamos con este costal, la harina de viajar a lo mochilero e improvisación toma una nueva fuerza cuando no es habitual, ganando experiencias y momentos siempre. Y me encanta también hacerlo de esa forma cuando toca y así pienso transmitirlo a mis hijos, o intentarlo que a estas edades nunca se sabe: todo es bueno en la vida, todo llega y se saborea más si es en buena compañía, como la que hemos descubierto en Estambul. Habrá que repetir viaje, destino o amigos. O mejor todo junto.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
La Verdad de Murcia
Octubre 2021