La imposibilidad de describir el frío

No me gustaría compartir con Charles Bukowski muchas más cosas que su afán por la escritura, pero me veo obligado a reconocerle otras semejanzas, principalmente aquella que, desde su perspectiva creadora, lanzó diciendo que nada depende de otra cosa que ti mismo a la hora de comenzar a escribir. Estés donde estés, en la situación que sea, solo o acompañado, estresado o aburrido. Si es el momento de la unción mental, arrasará con todo y lo demás pasará irremediablemente a un segundo plano. Crearás, caiga quien caiga, caiga lo que caiga.

Son estos días de medio gas cuando posiblemente tengamos más tiempo libre y justo por eso se convierte en menos para hacer algo alejado de las rutinas que nos acompañan durante el año. Pero cuánto más espacio, aire, tiempo y luz hay a mi disposición, menos los uso. Siempre me prometo sacar más momentos para eso que nunca hago, pero el cuerpo toma las riendas, guiado por la mente, y a saber dónde acabas. Ya ni lucho en contra.

Es paradójico acotar temporalmente un espacio no tangible, un tiempo maleable y caprichoso. Está siendo además un verano complejo y quizá sea por eso, el puzle encaja raro. No me veo especialmente creativo, no me viene la inspiración con las noches estrelladas, no acuden las musas cuando estás dispuesto a escucharlas. Sólo interrumpen cuando más ocupado estoy en otros menesteres. Mi creación surge entre llamadas de teléfono, avisos por megafonía en los aeropuertos o reuniones por Zoom. Fuera de la vorágine el foco cambia hacia escenarios secundarios convertidos en protagonistas a destiempo que terminan por eclipsarlos. Como ese actor de reparto que birla la estatuilla a la estrella de Hollywood en el último minuto.

Y en estas me encuentro actualmente a la hora de escribir, con más horas pero menos ganas que nunca, así que lo dejo aquí por un tiempo y me centro en otros asuntos, que los departamentos de la mente siempre necesitan una nueva gestión.

Porque queda claro que mis veranos no son para escribir sino para leer, actividad espejo que en el fondo  y por momentos puede ser lo mismo. El verano es para abrir la mente con las sesiones de Bizarrap que hasta ayer mismo miraba con cara de asco, para intentar describir a un extranjero la sensación de estar a 35 grados dentro de tu casa de Murcia a medianoche o para jugar con tus hijos y sobrinos. Sí, sobre todo para esto.

Nos leemos cuando queramos volver. Nos volvemos cuando queramos escribir.

¡Feliz verano!

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
La Verdad de Murcia
Agosto 2022

La hora azul

Noche de San Juan, la más corta del año (con perdón y permiso del solsticio) y la más especial para los que en momentos concretos nos permitimos puntualísimas licencias mágicas entre nuestro habitual escepticismo. Era muy crío cuando pasó por mis manos “A Midsummer Night’s Dream” de Shakespeare como personaje teatral en el colegio, y quedó tatuada en mi hipotálamo la idea de la noche, lo efímero y lo inmediato, aunque en aquel momento no sabía la importancia que en mi vida iban a tener esos conceptos como dilemas científico-morales.

Pasan los años y como la metáfora aquella de ir al revés por la vida, pasando de niño a adulto y muy pronto recorrer el camino en sentido contrario, recibo el verano con los brazos cada vez más abiertos, con las ganas y el ansia de un periodo más necesario que nunca. El confinamiento como trampolín hacia un vacío que vamos rellenando con las experiencias estivales. Que dure, que nos lo ganemos, que lo sepamos disfrutar como esa recompensa merecida y saboreada, no como premio injusto y por tanto despreciado. Parece estar a algunos llegándonos la vejez antes de tiempo, ojalá “tornando indietro” pronto y situándonos de nuevo en la casilla de salida, esa que nos saltamos en un momento de querer avanzar más de lo preciso, pasemos confiados y saboreando cada paso revivido. Trabajando, descansando, de viaje o en casa, solo o acompañado. Llenos siempre.

Y entre tanto la hora azul, el mítico momento entre la puesta del sol y la oscuridad más absoluta, más larga que nunca en estos días, como recompensa diaria a las inclemencias del tiempo y del espacio, del sí pero no, del trabajo y el disfrute como diferencia vital entre las dos caras de nuestras vidas, la luz y la noche. El aquí y la desconexión. Ya llega. El allá y lo común. Los universos paralelos repletos de esos planes que nunca pudimos llevar a cabo. Apaguemos, es el momento. Encendámonos.

Un tramo que siempre mejora, añadas lo que le añadas, especial y recomendable si el aditivo es gente cercana, comida y bebida. Y que suene de fondo lo que sea, música, mar, campo o niños gritando. Porque cuando sucede es tan intenso que no se escucha nada. O nada que no deba ser escuchado, que puede ser lo mismo pero no.

Y con esto, me despido de vosotros un año más.

Ya no se verán las nubes, solo esta melancólica luz y algunos fantasmas.

Adiós Sol, hola Luna.

Espero encontraros de nuevo en septiembre.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
24 de junio de 2020

Los largos veranos

Para despedirse a la francesa sin sentirse un poco culpable hay que tener tablas. Experiencia en dar carpetazo a algo cuando te lo pide el cuerpo sin remordimientos, sin excusas ni explicaciones. Así es como deberíamos poder hacer nuestras cosas en nuestros días. Pero el entorno manda y nos obligamos a realizar continuamente acciones que no siempre nos apetecen. Por eso y así me fui de estas páginas. Y me fui de todo lo superfluo de mi vida durante un tiempo con una recurrente idea en mente: desconectar. Una fijación casi obsesiva. El parón era necesario tras una temporada de locura total. Cientos de reuniones, viajes, hoteles, clases, aviones, clientes y trenes. Y al borde del precipicio apareció el mejor verano de nuestra vida. Y por primera vez desde que comencé a trabajar en serio, allá por dos mil dos, me organicé una semana de vacaciones. Pero de vacaciones de verdad, vacaciones de niño. Incluso (increíble) apagué el móvil siete días seguidos.

Hemos cruzado fronteras, navegado, saltado en cascadas, visitado lugares cercanos y ciudades remotas. Hemos nadado en mares y chapoteado en piscinas, bebido y comido, comido y bebido, corrido por el monte, bailado en verbenas, mojado bajo la lluvia y quemado bajo el sol. Hemos pisado erizos, tropezado con troncos en la noche, visto las estrellas, cantado, madrugado y trasnochado (más que lo otro). Hemos reído, llorado, conocido gente. Hemos sido invitados y hemos tenido la inmensa suerte de poder invitar.

Un largo verano que hemos vivido intensamente con familia y amigos sin dejar de lado a muchos conocidos que lo han estado pasando realmente mal en estas mismas fechas: hospitales, enfermedades, revisiones, recuperaciones. Que todo pase. En este verano total también hemos rezado.

Que cuando encendiera de nuevo el teléfono tuviera seiscientas llamadas fue el precio a pagar, pero milagrosamente (o no) nada se había roto, todo seguía en pie y entendí por fin la gran diferencia entre lo urgente y lo importante. Y la gran mentira que transmiten ambos adjetivos. Priorizar va a ser la palabra de moda en la vuelta al tiovivo de este nuevo curso, con ya decenas de viajes a la vista, cursos, trenes, reubiones, aviones, hoteles y clientes.

Tirar una bomba de humo y desaparecer sin dejar rastro es un arte. Habrá que, de vez en cuando, hacerse artista.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
5 de septiembre de 2018