Hijos y redes sociales, trabajo duro conjunto

Hijos y redes sociales, una relación a trabajar conjuntamente

Sigue sorprendiendo que todavía, tantos años después de que las redes sociales comenzaron a invadirlo todo, haya mucha gente que no conozca algunas de las funcionalidades, características o motivaciones que supone para las empresas, los soportes publicitarios o incluso los propios consumidores la revolución habida en la forma de comunicar de la actualidad. Un tema especialmente punzante para nuestros hijos y las redes sociales que, sin saberlo, forman parte de esta industria.

Hablamos de un negocio que mueve millones de euros por segundo en cada país y que, al ser su uso gratuito, está claro que algún precio se debe pagar en algún lado del proceso. Cuando algo es gratis, el producto es el usuario, concretamente sus datos, que valen oro en esta época de intercambio de información y captación de leads.Todos actualmente vivimos inmersos en el mundo online, lo cual tiene infinidad de ventajas, pero también algunas vertientes ocultas y poco conocidas que especialmente nuestros adolescentes deberían ir asimilando. No se trata de meter miedo, ni mucho menos, únicamente debemos conocer lo que sucede cada vez que sacamos el móvil del bolsillo, abrimos e interactuamos con una red social, realizamos una búsqueda en Google o chateamos con cualquier app instalada en nuestro dispositivo.

Últimamente una parte de mis esfuerzos formativos va dedicado a exponer lo anterior en los centros educativos. Se trata de una asignatura pendiente ya no solo en las universidades, sino especialmente en institutos y colegios, por lo que se hace necesario el diálogo entre profesionales, padres, profesores y alumnos, de modo que se pongan en la mesa ciertos consejos y recomendaciones de utilidad para que la global convivencia con el mundo online sea más fructífera que negativa, consiguiendo una experiencia ampliamente satisfactoria para todos.

Personalmente, como padre, entiendo imprescindible hacer ver a los chavales su poder como usuarios a la hora de realizar compras y recibir la publicidad, su responsabilidad en la difusión de bulos y fake news, así como intentar ayudarles a que no les suceda lo que un estudio puso de manifiesto hace un tiempo: algunos jóvenes sufren ansiedad cuando tienen que relacionarse personalmente para realizar ciertas gestiones tan sencillas como acudir a un organismo público, abrir una cuenta en el banco o incluso recibir o realizar llamadas telefónicas.

Queda claro que padres, tutores, profesores y demás agentes implicados en la educación tanto doméstica como académica tenemos una responsabilidad que, si ellos como protagonistas están correctamente informados, será más sencilla atajar y sacar ventaja para su correcto desarrollo personal y social. Hijos y redes sociales, una relación a trabajar conjuntamente

Por mi parte, pondré todo lo que conozco en ello. Y a recibir lo que venga, que quizá aún ni lo podamos intuir. Aquí estaremos, apoyando y aprendiendo juntos. A vuestra disposición.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
La Verdad de Murcia
Noviembre 2021

París y los sueños infantiles

Tengo cuatrocientas y pico palabras (me temo que esta vez van a ser más) para intentar comprimir lo inabarcable, describir las sensaciones que despierta París en el viajero, los rincones más comunes, las sorpresas menos conocidas y, tras cinco veces en más de veinte años por sus calles, decido que puedo atreverme a probar. Allá vamos.

Partamos de la base de que no es lo mismo viajar solo, en pareja, acompañado de amigos o hacerlo en familia. He estado en la capital de Francia en todos los casos anteriores y además, tanto por trabajo como por placer, que tampoco es lo mismo. Sea de la forma que sea, os cuento hoy aquí la última visita, con mi mujer y mis hijos que, al ser ya casi adolescentes, lo han hecho todo más fácil.

Llegamos pronto, hay un vuelo de Alicante muy temprano, lo cual ayuda a aprovechar el primer día, ese que a veces se atraganta entre maletas, aeropuertos e indecisiones. A patear Montmartre y sus callejuelas de película, vistas de órdago y el Sacre Coeur y la Place du Tertre como epicentros sobrevolando los Grandes Bulevares. La tarde, con guía, fue exprimida desde el Ayuntamiento hasta el Louvre, pasando por Notre Dame, el pont Neuf, el de les Arts, la Rue Rivoli, los preciosos relojes del Museo de Orsay y el otro no menos impactante y con leyenda incluída de la Torre del Reloj en el edificio fortificado de la Conciergerie, que durante la invasión nazi fue centro del alto mando alemán, pelos de punta al imaginar las esvásticas colgando de los balcones, para terminar la marcha en la verde explanada de los Inválidos, coronada con su imponente cúpula dorada, tumba de Napoleón. Luego un paseo en barco nocturno con truco/sugerencia (cena de supermercado con bocatas y vino en una ventana) y reventados al hotel. El peaje necesario de ir a EuroDisney nos tomó un día completo en el que disfrutamos tanto niños como adultos, de montaña rusa en montaña rusa, al parecer algo descafeinado el show por las restricciones Covid.

El tercer día de nuevo paliza, con subida a la Torre Eiffel y caminata al Trocadero, con uno de mis momentos preferidos de esta ciudad: cruzar el Sena en ese metro al aire libre que proporciona quizá las mejores vistas de la gran torre metálica, apareciendo como por arte de magia entre los inconfundibles edificios parisinos. Por la tarde lluvia y comida por las calles del Barrio Latino (Rue de la Harpe especialmente recomendable) y visita obligada a la Saint Chapelle (mi primera vez en tanto tiempo y menudo Stendhalazo, madre mía). La guinda a esa noche la pusimos paseando por la ribera del Sena, disfrutando de una cerveza con el agua a nuestros pies y la hora azul pintando magistralmente las majestuosas vistas. Último día, paseo de despedida desde la Ópera a La Sorbona, pasando por la Madeleine, la Plaza de la Concordia (con su tri-milenario Obelisco), los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo y el de Carrusel y los Jardines de Tullerías, exprimiendo las horas antes de la vuelta, un vuelo nocturno que también ayuda a estirar todo un poco.

En resumen, una de las capitales del mundo, ciudad eterna, que me ha gustado mucho visitar en esta época del año, con días más largos, luces más moldeables, clima más benigno para un español del sur… París es una ciudad sin mar, pero con un barco en su escudo y un lema del que tomar buena nota: “Fluctuat nec mergitur”. A destacar, como siempre, su excelente transporte público, usando constantemente el metro, cercanías y sobre todo las patas que para eso las tenemos, pero echando de menos haber probado una bici, especialmente tras ver cómo la ciudad ha vivido una revolución en su movilidad urbana. Volveré para probarlas, ya había visitado París a pedales hace mucho tiempo y la experiencia no fue del todo satisfactoria, lo que pasa con cualquier ciudad que no se atreve a apostar decididamente por los medios de transporte saludables. Alcadesas valientes, ciudades que evolucionan.

Mi mujer y yo ya éramos unos enamorados de París, ahora mis hijos, que van conociendo poco a poco una pequeña parte de Europa, dicen que es su ciudad preferida e incluso fantasean con venirse aquí a estudiar. ¿Y quién soy yo para cortar sus sueños?

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
La Verdad de Murcia
Septiembre 2021

Pablo

Pablo salió de trabajar el 7 de octubre. Volvía a casa en bicicleta como cada día cuando su vida se detuvo. Un coche se lo llevó por delante. Seguro que en su cara había una sonrisa un segundo antes del accidente. Estuvo varios días en coma y cuando despertó nos miró, despistado, y sonrió de nuevo. Joder, la mejor sonrisa de nuestras vidas. Después volvió a dormirse envuelto en negrura y unos dolores que no se los deseo a nadie y esta vez pensamos que ya no volvía. O que volvía otra persona distinta a nuestro hermano pequeño.

Pablo abrió los ojos de nuevo, con kilos de menos y problemas de más, decenas de fracturas y heridas por el cuerpo. Horribles las que se veían, preocupantes las que se intuían, incomprensibles las que permanecían ocultas. Quería soltarse de la cama del hospital donde pasó más de un mes. Fueron noches eternas muertos de miedo en un estado constante de inconsciencia y pánico. Dicen que en esos momentos se recupera la fe, no he tenido nunca la suerte de sentirla, pero sí tuve sentimientos raros, especiales. Como cuando murió mi abuela Aurora. No he ido nunca a misa pero paso por el cementerio a hablar con ella siempre que puedo. Qué raro es el ser humano, qué anomalías tenemos en la cabeza.

Pablo se quedó sin trabajar, sin entrenar, sin estudiar. Tuvo que dejarlo todo por obligación: su trabajo, su carrera universitaria, sus scouts y su triatlón. Su vida. Pero la vida no se le iba a ir, no le tocaba porque lo que le toca es recuperarse paso a paso e ir retomando sus rutinas. Cuánto las echamos de menos cuando las perdemos. Puedo reconocer que algunas visitas al hospital eran medicina para nosotros, íbamos a animarle y salíamos animados, algunos somos tan débiles que se nos rompe un simple menisco y nos hundimos. Ahora tiene otro trabajo, ir a rehabilitación física y mental a diario. Trabajo duro, tajo que amarga y del que sale airoso cada día con esa sonrisa que nos desmonta, aunque le cueste escuchar, aunque le cueste ver, aunque le cueste andar.

Pablo nos ha demostrado muchas cosas en estos cinco meses: la entrega de la familia, el poder de la amistad, el apoyo de los compañeros, la profesionalidad de los médicos, la implicación de las enfermeras, el ejemplo del resto de enfermos recordándonos que siempre hay un pozo más profundo. Pablo tiene un don, devuelve más de lo que le recibe, sigue riendo cada día y la lección que nos está dando cada instante no se aprende en ningún sitio. Dice que la vida le ha dado otra oportunidad pero se equivoca, la oportunidad es la nuestra de tenerle desde 1993.

Vamos Pablo. Yo de mayor quiero ser como tú.

 

Nacho Tomás – Un tuitero en papel
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 2 de Marzo de 2016

Envidia

La primera envidia que recuerdo fue con las zapatillas de deporte de mis compañeros de colegio, lloraba a mi madre para tener unas iguales, pero no llegaron hasta que el verano de los trece años estuve trabajando en el campo para poder comprármelas. Sentí envidia de las buenas pagas semanales de mis amigos, así que me metí a Telepizza para esos caprichos que mis progenitores no pudieron darme. Tuve envidia de los que tenían coche y ahorré para uno de quinta mano. Iba a conciertos y me daban envidia los músicos, me compré una batería, practiqué mucho y acabé subido en varios escenarios con un grupo que lo petaba. Luego tuve envidia de los que tenían una familia feliz y también tuve la suerte de encontrar alguien con la que formarla.

Envidié a aquellos que emigraron de mi pequeña ciudad a iniciar sus vidas fuera, entonces me fui a Madrid a por mi primer curro serio. Comencé a trabajar y envidiaba a los compañeros que viajaban mucho, así que aprendí para acompañarles llegado el momento. Subí ese escalón y me dieron envidia mis jefes, así que seguí aprendiendo para ser uno de ellos, cuando lo fui me dieron envidia los que no lo tenían, dejé un trabajo con un sueldo que nunca volveré a tener y me lancé al mundo freelance. Me dio envidia la vida de la pequeña ciudad, así que volví de nuevo a Murcia pasados unos años.

Cuando era autónomo sentí envidia de los empresarios, creé mi primera empresa y fracasé estrepitosamente. Tras varios intentos por fin me fue medio bien y entonces me dieron envidia los que tenían tiempo libre para hacer sus cosas y tele-trabajé desde casa para priorizar mis preferencias. Volvió a darme envidia la música y me compré una guitarra para tocar en los tiempos muertos. Cuando estudiaba tuve envidia de aquellos que transmitían su conocimiento en las ponencias a las que asistía y entonces me preparé para hablar en público con algo interesante que contar. Y gano una buena parte de mi sueldo actualmente con ello.

Cuando pesaba noventa kilos me dieron envidia los que estaban en forma y encontré horas debajo de las piedras para entrenar y hacer mi primer maratón. Luego me dieron envidia los triatletas, así que volví a entrenar y terminé haciendo un podio veterano en mi última competición oficial.

A estas alturas de mi vida debo reconocer que siempre he sido un envidioso. Y seguro que seguiré siéndolo y por ello me esforzaré todo lo que esté en mi mano en lugar de expresarlo con odio y malas babas en las redes sociales.

¡Salud y envidia sana!

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
4 de noviembre de 2020

Este extraño verano

A falta de viajes o vida social este extraño verano ha sido el de las siestas. Llega un momento de la vida en que tras la sobremesa familiar toca disfrutar de un momento de reseteo mental con variable duración. Así ha sido casi a diario durante este caluroso periodo, reconozco encantado. A ver qué pasa en septiembre.

Este extraño verano, tras un parón de dos meses sin escribir y sabiendo lo que me iba a costar retomar el hábito semanal, he aprovechado para leer todas las columnas de opinión que he podido para continuar mejorando habilidades en este estilo literario, en esta forma de luchar contra uno mismo, en esta terapia que me ayuda más que un psicólogo.

Este extraño verano ha sido aderezado con una leve carga de bendito trabajo (época ideal para crear-divagar-idear), suaves sesiones deportivas y mucha, muchísima, familia. A falta de aviones y hoteles hemos hecho obras en casa (por lo que pueda pasar), hemos visto miles de animales, he vuelto a tener anginas, otitis y dolor de espalda, el coronavirus ha sobrevolado (a distancia) nuestras cabezas y no nos hemos movido de la mal llamada zona de confort, geográfica y placentera a partes desiguales. A ver qué pasa en septiembre.

Este extraño verano me ha trasladado en muchos momentos a aquellos tiempos muertos de la infancia, a las tardes de adolescencia viendo a mi madre tumbada y descalza en el patio de la playa, a la sombra de los árboles, con una pierna estirada y la otra doblada-subida al asiento de la hamaca. Ahora es mi mujer la que en esa postura, con los pies más bonitos del mundo dicho sea de paso, me recuerda la suerte que tenemos de ser la mejor familia de la historia mientras los críos, que ya no lo son tanto (este año nuestra hija comienza el instituto), suenan alrededor.

Pero sobre todo este extraño verano pasará a nuestra historia por su lado más triste, un amigo murió en nuestros brazos y el dolor no nos ha abandonado ni nos va a abandonar en mucho tiempo, seguro que también su buen recuerdo nos sigue amenizando la memoria y desde estas primeras líneas del año va un abrazo a la familia.

Un verano que empezó bien y acabó mal. ¿O fue al revés? De tan largo ya no quiero acordarme. A ver qué pasa en septiembre, no sé si me muero de ganas o de miedo con la vuelta a la rutina.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
2 de septiembre de 2020

Generación Coronavirus


NOTA:
Leer con la siguiente música de fondo: “Host of Seraphim – Dead can Dance” (LINK)


¿Cuántas veces habíamos sentido hasta hoy que algo sucedido en nuestra vida nos había cambiado profundamente? ¿Cuántas veces nos hemos dicho a nosotros mismos que esta o aquella situación nos hizo crecer como persona, nos dolió como nunca, nos pasó por encima? Qué cosas, ¿eh?

Echando la vista atrás parece que cualquiera de aquellas historias se pierde en la niebla del recuerdo, pasando a un escalón menor de importancia en comparación con lo que estamos viviendo en nuestras carnes estos días, momentos de irrealidad que parecen sacados de una película, calles vacías a las que volver llenándolas, familiares y amigos a los que se nos acumulan los abrazos que les debemos, cervezas que se calientan pendientes de tomar en compañía, un Sol que pagaríamos por minutos, paseos que ahora valen oro…

De repente, porque el leñazo ha sido de tal magnitud y velocidad que aún estamos en shock, estamos obligados a priorizar, todo pasa a un segundo nivel. Ni en el mejor de nuestros sueños pensaríamos en estar encerrados en casa con nuestros seres queridos, aprovechémoslo, teniendo comida y compañía, pudiendo rescatar antiguos hobbies y haciendo en familia todo lo que no teníamos tiempo de hacer antes, porque trabajábamos tanto que necesitábamos demasiado ocio para compensar. Ha parado el ruido que no nos dejaba escucharnos a nosotros mismos. Es nuestro momento.

La metáfora perfecta de estar a distancia, asomados al balcón aplaudiendo a unos sanitarios que se están comportando a su habitual y altísimo nivel, saludando a gritos a los vecinos del barrio, apoyando a unos políticos que súbitamente cogen unos galones que no esperábamos, bravo por ellos. Bravo por todos. Bravo por nosotros que hace cuatro días estábamos planeando el típico futuro ajenos a todo. Bravo por nuestros hijos que siempre van por delante, disfrutando más que nadie de esta situación, y por nuestras mascotas que tienen claras las prioridades. Es tiempo de valorar lo que realmente merecía la pena de lo que teníamos, de lo que seguimos teniendo, de lo que no hacía falta. Hemos podido parar todo y no ha pasado realmente nada. La crisis de valores que teníamos deja en mantillas a la económica que viene, ya tendremos tiempo de echar números, de sufrir las inclemencias laborales, empresariales y todo lo que nos espera.

Recibo con los brazos abiertos la filosofía de la distancia, las creaciones culturales y el baby-boom que nos viene, ojalá, recibo encantado la nueva organización y la futura generación Coronavirus: personas nacidas de esta cuarentena, nuevos modelos de empresa y pensamiento generados tras este aislamiento, los niños del Coronavirus, los empresarios del Covid-19, la nueva sociedad.

Que venga, lo torearemos como siempre.

Saldremos reforzados y espero que cambiados.

A mejor y en mejor compañía.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
18 de marzo de 2020

Clase magistral de unos hijos

Comenzar un nuevo año es como cruzar la calle: miramos a derecha e izquierda antes de caminar muy decididos hacia no sabemos bien dónde. Por detrás dejamos principalmente dos cosas, los recuerdos a mantener y los errores a evitar. Por delante en cambio sólo hay un panorama, el que queremos conseguir. Esos inútiles propósitos de año nuevo que nunca cumplimos y que, como una nueva carga en nuestra espalda, nos encorva un poquito más cada ciclo.

Va siendo hora entonces de cambiar estos planes, de reorientar las intenciones, de buscar otros espejos en los que mirarnos alejados de malos ejemplos que nos justifiquen. Y un buen objetivo a fijar en esta nueva etapa, si los tienes, pueden ser tus hijos. Esas personitas que suelen ir por ahí impartiendo clases magistrales sin que muchas veces nos demos cuenta.

Vivimos en un edificio típico de los setenta en Murcia, esas colmenas humanas de muchas plantas, muchas puertas en cada planta y mucha gente en cada puerta. Esta Navidad estábamos tranquilamente en la sobremesa, relajados en familia, cuando mis hijos (de 11 y 10 años) decidieron pintar una felicitación a mano para todos los vecinos. Rollo cadena de montaje entre dos. Una ponía el texto y otro firmaba. Ella pintaba un árbol con bolas y él escribía el piso y la letra. Más de treinta papelitos que entregaron sigilosamente encima de cada felpudo en un trabajo digno de espías para que no fueran descubiertos por nadie. Reparto perfecto.

Y entonces, surgió algo que nos dejó muertos a todos: un rosario de gente que se fue acercando a nuestra puerta emocionada de sentir por primera vez en años lo que posiblemente mucho tiempo antes fuera la Navidad para ellos, que coincide con lo que siempre será la Navidad para los niños. Y otros niños del edificio imitaron la acción y recibimos postales navideñas a mano hechas por ellos. Gracias a este gesto nos enteramos de que una vecina hace unos dulces de escándalo que probamos deliciosamente o que otra es escritora de cuentos infantiles y comparte raíces genealógicas con alguno de nosotros. También recibimos algún “Christmas” con sorpresa en forma de aguinaldo para asombro de los peques.

Pero lo mejor de todo fue la continua sonrisa en la cara de todos esos vecinos con los que durante años solo hemos intercambiado un “buenos días” o “qué temperatura hace esta mañana”, transformada en una retahíla de otras frases más personales y sin duda, intencionadas y sinceras. Qué frío se está volviendo todo y qué fácil es calentar el ambiente. Sólo hacen falta unos papelitos, unos colores, un par de niños y su ilusión.

Que dure mucho lo que nos enseñan y que nosotros, los padres, seamos capaces de descifrarlo.

¡Feliz año nuevo!

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
8 de enero de 2020