Que vuelva la mitología.

Si eres capaz de sobrellevar las a menudo catastróficas historias que nos cuenta la mitología serás capaz de degustar un tesoro literario disponible únicamente para paladares exquisitos. Como cualquier manjar es recomendable digerirlo a pequeños bocados, alternado con raciones de otro tipo de lectura como descanso necesario. Sólo centrándonos en la griega y la posterior “copia” romana hay material más que de sobra como para llenar un Kindle de última generación. Lo difícil, como siempre, es separar el trigo de la paja.

Entre las miles de historias que han llegado a nuestros días me quedo con tres. La primera deja en mantillas a cualquier lacrimógena telenovela venezolana, la segunda me mantuvo en alerta un buen periodo de mi adolescencia y la tercera, aunque no la conocí hasta hace poco años, me volvió a marcar tanto que debería estar grabada a fuego en la placa identificativa de cualquier organismo público.

Comenzamos con la saga de los Átridas. Abuelos, hijos y nietos, todo bien mezclado. El sol metiéndose por el este y un vellón de oro para decidir un disputado trono. Dos gemelos, innumerable descendencia, incestos recurrentes, dioses enloquecidos, canibalismo inconsciente, oráculos enfermos y un destino caprichoso a la par que inevitable. Perturbador relato, pelos de punta.

A través de ese destino (alrededor del que nuestras vidas dan vueltas en círculo) llegamos a la segunda historia. Orfeo y su entrada-salida de los infiernos del Tártaro para rescatar a Eurídice, su amada. Su voz era tan hermosa que embaucó a los dioses, convenciéndoles de que debían dejar regresar a la vida a su esposa, muerta por la mordedura de una serpiente. A cambio sólo una condición: que saliera cantando, tal como entró, sin volver nunca la vista atrás y ella le seguiría de cerca, en silencio. Confió en la divina promesa durante el largo y tortuoso camino de vuelta hacia la luz, entonando sus mejores himnos hasta que un instante antes de salir temió haber sido engañado y no pudo evitar girar el cuello para comprobar que, efectivamente, Eurídice estaba a sólo unos pasos. Se miraron un segundo, desconcertados, y entonces la perdió para siempre en la oscuridad.

Y sin salir de los abismos demoníacos que se encontraban bajo los Campos Elíseos (o cualquier calle de cualquier ciudad actual) acabamos la trilogía enumerando los habitantes de este submundo repleto de desdicha, remordimientos, enfermedades y miseria. Allí moraban eternamente monstruos, aquellos que habían maltratado a sus padres o hermanos, los traidores, los mentirosos, los avarientos, los servidores infieles y, aquí viene lo bueno, los gobernantes que han llevado a sus pueblos a guerras injustas.

Que vuelva la mitología, la necesitamos más que nunca.

 

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 13 de Diciembre de 2017