La hora azul

Noche de San Juan, la más corta del año (con perdón y permiso del solsticio) y la más especial para los que en momentos concretos nos permitimos puntualísimas licencias mágicas entre nuestro habitual escepticismo. Era muy crío cuando pasó por mis manos “A Midsummer Night’s Dream” de Shakespeare como personaje teatral en el colegio, y quedó tatuada en mi hipotálamo la idea de la noche, lo efímero y lo inmediato, aunque en aquel momento no sabía la importancia que en mi vida iban a tener esos conceptos como dilemas científico-morales.

Pasan los años y como la metáfora aquella de ir al revés por la vida, pasando de niño a adulto y muy pronto recorrer el camino en sentido contrario, recibo el verano con los brazos cada vez más abiertos, con las ganas y el ansia de un periodo más necesario que nunca. El confinamiento como trampolín hacia un vacío que vamos rellenando con las experiencias estivales. Que dure, que nos lo ganemos, que lo sepamos disfrutar como esa recompensa merecida y saboreada, no como premio injusto y por tanto despreciado. Parece estar a algunos llegándonos la vejez antes de tiempo, ojalá “tornando indietro” pronto y situándonos de nuevo en la casilla de salida, esa que nos saltamos en un momento de querer avanzar más de lo preciso, pasemos confiados y saboreando cada paso revivido. Trabajando, descansando, de viaje o en casa, solo o acompañado. Llenos siempre.

Y entre tanto la hora azul, el mítico momento entre la puesta del sol y la oscuridad más absoluta, más larga que nunca en estos días, como recompensa diaria a las inclemencias del tiempo y del espacio, del sí pero no, del trabajo y el disfrute como diferencia vital entre las dos caras de nuestras vidas, la luz y la noche. El aquí y la desconexión. Ya llega. El allá y lo común. Los universos paralelos repletos de esos planes que nunca pudimos llevar a cabo. Apaguemos, es el momento. Encendámonos.

Un tramo que siempre mejora, añadas lo que le añadas, especial y recomendable si el aditivo es gente cercana, comida y bebida. Y que suene de fondo lo que sea, música, mar, campo o niños gritando. Porque cuando sucede es tan intenso que no se escucha nada. O nada que no deba ser escuchado, que puede ser lo mismo pero no.

Y con esto, me despido de vosotros un año más.

Ya no se verán las nubes, solo esta melancólica luz y algunos fantasmas.

Adiós Sol, hola Luna.

Espero encontraros de nuevo en septiembre.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
24 de junio de 2020

Arriba esas persianas

Suelo salir pronto a sacar al perro, bajo a una calle en la que hasta hace nada se oían coches, gritos, cláxones y despertadores. Ruidos urbanos que en estas extrañas mañanas de cuarentena han sido sustituidos por uno diferente al que no habíamos prestado atención hasta ahora: el de las persianas subiéndose. Todo está tan en silencio que esta melodía llega continuamente, a arreones pero pausada, unas veces cerca, otra lejana, siempre vigorosa en un estéreo envolvente modo vecindario. Reconforta escuchar cómo seguimos queriendo meter con fuerza la luz a diario en nuestras casas. Nos vamos despertando, poniéndonos de pie en nuestras habitaciones, quitándonos de encima la sábana, levantándonos y cogiendo con ansia el tirador de la persiana, generando esa fantástica sinfonía mientras sacudimos el brazo hacia abajo. Nos ponemos en marcha cada jornada quedándonos paradójicamente en nuestra casa y con una mezcla de rabia, resignación y responsabilidad afrontamos los días, las vidas, las necesidades y las ausencias.

Las persianas subiéndose son la música matinal del aislamiento, sonando armoniosamente en una perfecta distribución como si de una orquesta se tratase alrededor de nuestro barrio. Es un momento clave y no lo sabíamos hasta ahora en el que al tiempo que danzamos con el mobiliario nos activamos a un ritmo diferente y al que no acabamos de acostumbrar el cuerpo.

Son días extraños en los que hemos sufrido entierros sin duelo, sin ver la cara por última vez a nuestros seres queridos que se van para siempre, hemos celebrado los cumpleaños de nuestros hijos estando confinados, hemos conocido a nuestros vecinos, hemos dejado de tocarnos y hacemos quedadas virtuales que antes veríamos con algo de vergüenza ajena, hemos hecho cola en la puerta del supermercado y hemos visto comportamientos (cerca y lejos) que nunca hubiéramos imaginado. Para bien y para mal.

La vida nos ha cambiado tanto que en un mismo día sentimos que aprovechamos y que perdemos el tiempo más que nunca, pensamos que ya nos hemos acostumbrado y que esto nos supera en intervalos tan cortos que duele mentalmente, sentimos que podríamos seguir en casa durante el tiempo necesario y que o salimos ya a la calle a retomar nuestras vidas o nos explota la cabeza. Son días en los que queremos pedir explicaciones, obtener soluciones y criticar echando espumarajos por la boca. Pero son días en los que demostramos más entereza que nunca, más capacidad de sacrificio que nunca, más compromiso social que nunca. Volveremos a juntarnos, volveremos a nuestras rutinas, volveremos a escuchar despertadores por la calle. Ya llegará la hora de buscar culpables, si es que los hay.

Mientras tanto lo importante es que sigamos levantando la persiana de nuestra habitación cada día con la fuerza de siempre. Las ganas no nos las han robado. Arriba esas persianas.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
15 de abril de 2020

El destiempo

Extraña a menudo el comportamiento de la mente cuando asimila lugares, personas y cosas que de habitual pasarían desapercibidas, pero sin motivo aparente se transforman en momentos que quedarán imborrables en tu cerebro, donde, por cierto y más que te empeñes, se mantendrán a salvo apareciendo entre tus pensamientos, en mitad de cualquier otra situación alejada en tiempo y espacio, inesperada e inoportunamente.

Quizá el de arriba haya sido uno de los párrafos más largos que nunca haya escrito. La ocasión lo merecía y explicaré el motivo. Estaba en uno de estos paseos que realizo en los tiempos muertos de los viajes cuando decidí entrar al Museo del Prado. Era una tarde lluviosa y congelada de las que sabe dispensarte Madrid. En solitario, con ganas, el móvil en modo avión y el catálogo de obras maestras imprescindibles bajo el brazo me puse manos a la obra. Plano de salas y autores, encrucijada de pasillos, escaleras, esquinas y contraluces.

Como un abuelete, con las manos cogidas a la espalda, sin quitarme el abrigo y oyendo la mezcla de cuchicheos, pisadas y explicaciones de los guías me lancé como el que se tira de cabeza al mar desde unas rocas por primera vez. Y me sumergí en El Greco, Rubens, Tiziano, Goya, Velázquez, Zurbarán, Murillo, Sorolla, El Bosco, Durero, Rembrandt, Tiziano, Tintoretto y Caravaggio, los imprescindibles para una visita de dos horas, las que tenía muertas esa tarde y mejor he invertido en años. No soy experto en arte, ni falta que hace, para que una sensación como esta te pase totalmente por encima.

Sucedió hace mucho y, como esas otras sensaciones que desde décadas vienen a visitarnos, no capté en ese momento su importancia en mi yo interno. Ha hecho falta un poso en forma de tiempo para calar (horadar), aceptando que nuestra mente está muy por encima de nosotros. Porque estas sensaciones son las que te llevarás a la tumba y triunfarán a la muerte, con permiso de Brueghel el Viejo, con quien acabé la visita entre lágrimas y dolor de garganta. El cuadro que más importancia ha tenido en mi vida, colgado de mi adolescente habitación y forrando las carpetas de la universidad.

Me considero afortunado porque no es la primera vez que me pasa algo así, un Síndrome de Stendhal en toda regla. Y no siempre hace falta un museo, estas sensaciones místicas pueden suceder con una canción, una conversación mundana, en un bar de cañas, con la nota arrugada de aquel bolsillo, ese atardecer en el campo, una llamada o la minúscula iglesia oculta tras el tráfico atronador de cualquier ciudad. O puede ser el recuerdo de tu madre abrochándote el abrigo, una palabra precisa, una sonrisa perfecta.

Curioso cómo hay sensaciones en principio sencillas que se marcan a fuego y otras a las que otorgamos importancia queriendo fijarlas e inevitablemente se nos olvidan.

Por algo será, Nacho, por algo será. Le podríamos llamar destiempo.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia
29 de enero de 2020

Acabas aceptando

A modo de epílogo anual o de una vida, que en el fondo puede ser lo mismo, por fin reconociste que es un cansancio vivir a la contra, salirte del redil, actuar de forma diferente o pensar por ti mismo alejado de los convencionalismos políticos, éticos o religiosos del resto. Es difícil ser uno auténtico, la maldita zona de confort que tantas bocas llena y tanta rabia te dio siempre se convierte ahora en un objetivo casi vital.

Probablemente durante la juventud saliste airoso, incluso reforzado, pero fuiste creciendo y todo se puso tan cuesta arriba que fue mejor girar ciento ochenta grados sobre tus talones y dejarte suavemente caer hacia abajo decidiendo ser uno más. Como si llevaras patines. Sin dolor, sin pena, sin remordimientos ni agonía. Dejarse llevar suena demasiado bien, decían por ahí. Y más aún ahora que comienza la Navidad: desde verano puedes comprar su lotería, a principios de otoño ha llegado al Corte Inglés y todas las aplicaciones de móvil que usas a diario ya están a estas alturas disfrazadas de rojo, verde, árboles y campanitas resumiéndote el año en canciones, en deporte o en lo que se tercie, que de nuestros datos viven y así nos los muestran para que picando como electrónicos pececitos en sus e-anzuelos sigamos compartiendo lo que a prácticamente nadie interesa.

La Navidad está aquí de nuevo y no serás tú el que se niegue a disfrutarla. Ya lejos aquella época de Grinch o de personaje de lacrimógena novela con nieve de Dickens que todos han protagonizado en mayor o menor grado alguna vez, decidiste sumergirte y deleitarte llegado el momento de la paternidad. Cuando tienes hijos debes, aunque cueste, dejarte ir y resbalar provoca sin darte cuenta un estado de continuidad que lleva al cambio, por lo menos aparente, al admitir, al resumir de otro modo los doce meses que sin tregua se te echan encima en un infinito bucle que acabas aceptando.

Acabas aceptando.

Desde hace unos años acabas aceptando los regalos inservibles, acabas aceptando las superfluas comidas pantagruélicas, acabas aceptando las borracheras innecesarias, las fiestas multitudinarias, acabas aceptando ser y que sean contigo más falso que Judas en los eventos familiares, acabas aceptando el tan odiado por otros consumismo y los envíos insostenibles por Amazon, los villancicos de los sobrinos, la iluminación de las calles, acabas aceptando los amigos invisibles, los anuncios de turrón, el décimo compartido y los redundantes propósitos de año nuevo.

Acabas aceptando que todos sonrían, que todos regalen, que todos acaben aceptando.

Acabas aceptando todo lo que te sirva para olvidar las ausencias: la verdadera gran putada de cada Navidad, esos que ya no están aquí para disfrutarlas/vivirlas/criticarlas contigo.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia
18 de diciembre de 2019

¿Quién ha dicho eso?

Uno de los peores daños colaterales que Internet ha provocado es la imposibilidad de saber a ciencia cierta quién es el autor de esa frase que nos llueve a diario a través de cualquiera de sus plataformas. Esas expresiones que antiguamente escribías en el interior del libro de texto de la Universidad o veías pintadas en las paredes de tu barrio o la puerta del baño de tu bar favorito. Ahora llegan vía Instagram, cadena de WhatsApp, taza de desayuno o tatuaje de vecino de tumbona en la playa, curiosamente el ochenta por ciento de las veces firmadas por Churchill, Gandhi o Paulo Coelho, prolíficos ellos, y con una imagen bucólica que pretende reforzar el mensaje que lanza con un montaje de letras impactantes y primeros planos de sus aparentes creadores.

Me refiero a esas míticas frases supuestamente útiles para motivar, hacerte pensar, afianzar en tu memoria algo rentable a nivel emocional, aunque de tan manidas puede que hayan perdido ya el sentido con el que se inventaron o incluso provoquen en el lector justamente lo contrario. Soy habitualmente de éstos últimos pero, como me pasa siempre desde que tengo hijos, intento frenar de primeras al feroz crítico que antes era (y no miro a nadie) imaginando que las estuviera leyendo por primera vez y pensando si realmente me habrían impactado a una edad menos avanzada y quizá más predispuesta. Quedan obviamente excluidas las más superficiales rollo: “El cielo es el límite”, “Lo hice porque no sabía que era imposible” y demás bazofia Mr. Wonderful que en general aborrezco internamente sin contemplaciones aun aceptando públicamente que pueden significar algo místico para otras personas.

Parece ser que Voltaire nunca expresó: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, Arthur Conan Doyle (vía Sherlock Holmes) tampoco dijo: “Elemental, querido Watson”, ni Einstein señalo: “Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados”. Y digo parece porque puedo haber sido engañado por la marabunta. Y lo acepto encantado porque la verdad es que me importa un bledo quién las haya creado. En esta época que vivimos rodeados de genios, principalmente tuiteros, copiados a diestro y siniestro, sigue apareciendo el mismo daño colateral con el que iniciaba este texto: la dudosa autoría de las grandes frases de la humanidad clásica y actual. No me duele reconocer que algunas de ellas me encantan y para muestra un botón: “He tenido muchos problemas en mi vida, la mayoría de ellos nunca sucedieron”, de Mark Twain o Michel de Montaigne según la fuente que consultes. O quizá fuera de un chaval de Cartagena iluminado mientras estaba sentado en el retrete.

Así que mira, mientras algunas de estas frases agiten algo positivo dentro incluso de un optimista recalcitrante como éste que escribe serán bienvenidas vengan de donde vengan. Así que lluevan los años y podamos seguir leyéndolas.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia
17 de julio de 2019

De consejos

Basta tirar de matemática básica para hacer un cálculo aproximado de la infinita cantidad de consejos que uno recibe a lo largo de la vida. Naces y en principio, al menos durante unos meses, estás a salvo. Pero dura poco la fiesta, en cuanto comienzas a entender lo que tus padres quieren decirte mediante gestos o palabras, la maquinaria de las lecciones se pone en marcha. Luego vienen los amigos exportando situaciones propias como comunes, más tarde el copia-pega se adueña de los compañeros de trabajo que se acomodan (nos acomodamos) en la hipotética uniformidad de la construcción de pensamientos para advertir, aconsejar y prever siempre con idéntico resultado: errores de visualización garrafales y frustraciones generales.

Pero no se vayan todavía, aún hay más: La paternidad. Te conviertes en padre y asumes con total naturalidad el rol que la naturaleza ha dispuesto para ti, obviando de nuevo que tus hijos no son tú. Que tus experiencias están prejuiciadas y las suyas no. Mira a tus hermanos, misma educación, mismas ventajas, misma carencias y polos opuestos casi siempre.

Quiero pensar que el ser humano es así por naturaleza, sin maldad, sin acritud, quizá con algo de soberbia o extras de experiencia necesitados de ser compartidos, trasladados mediante el lenguaje hacia otros que piensas pueden estar en una situación mínimamente parecida a la que tú estás en este preciso instante visualizando, pero que hace referencia a momentos tan pasados, tan dispares y tan remotos en tiempo y espacio que se parecen realmente como un huevo a una castaña.

Y aquí comienzan los problemas. Me explico. Tienes que ver esta película, escuchar esta canción, ir a esta ciudad, leer este libro o probar estas zapatillas. Pero cuando disfrutaste la película, cantaste la canción, visitaste la ciudad, abriste el libro y corriste con esas zapatillas eras tú. No eras yo ni yo era tú. Cuántos consejos a destiempo, no solicitados y absolutamente innecesarios a la par que inútiles.

Pero aquí seguimos, dándolos y recibiéndolos a todas horas. Qué bonito, por otra parte, si lo miras a través del cristal del altruismo, del que no estamos precisamente sobrados en estos días.

Error tras error seguimos creciendo, asimilando pasos ajenos como propios sin serlo. Como esa pieza de puzle que no encaja del todo pero forzándola intentas colocarla y puede pasar por buena en un vistazo poco profundo. En realidad somos todos tan distintos que incluso en el mismo sitio, a la misma hora y con el mismo bagaje acumulado, sentiremos diferente.

Por eso acabo con esta reflexión. De los millones de consejos que se reciben sin pedir, de vez en cuando uno te abre los ojos. Y tuve la suerte de que me lo dieran hace unos meses en una cena con improvisados compañeros. Aplicarlo es mi reto futuro. Creo que voy en el camino. Siempre bien acompañado.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia
3 de julio de 2019

Desubicado

Abro los ojos algo desubicado. Me he quedado frito viendo Dunkerque. Joder Nolan, patinazo. El asiento de al lado está vacío. Abro la ventanilla y, detrás del descomunal motor Rolls Royce del avión en el que viajo a Colombia, veo sorprendido cómo asoma entre las nubes el pico verdoso de la enorme montaña que corona una isla en mitad del Atlántico. ¿Qué será esto? Menuda maravilla, un archipiélago de formas diversas y acantilados vírgenes.

Tardaremos diez horas, veintisiete de puerta a puerta, para cruzar el océano por esta ruta, distinta a la que otras veces he realizado más al norte siguiendo la línea prácticamente recta que sobre el paralelo de la Tierra une New York y Madrid, casi hermanadas en latitud y en “city  that doesn’t sleep” aunque la española gana por goleada y Frank Sinatra ni idea, tú.

Desde aquí tiene uno tiempo para pensar en cientos de cosas. Lo primero que me viene a la cabeza es Colón, sus marineros y las pelotas que tuvieron que echarle al tema para cruzar con tres cáscaras de nuez esta masa ingente de agua que me rodea hasta donde alcanza la vista y eso que a esta elevación la visión es periférica del todo.

No recuerdo la última vez que estuve tantas horas desconectado. O conectado conmigo mismo. No voy a descubrir ahora la atadura continua que provoca el móvil y me sorprendo al sentir esta momentánea pero intensa libertad. Los pensamientos son más largos, se hilan más temas, encajan más piezas, se desarrollan más conceptos que luego, por peso o por atracción, se funden en conclusiones no sé si llamar más auténticas, pero al menos sí son más reconfortantes y con las que estar, sin ninguna duda, más identificado. El cerebro humano necesita aburrirse, alejarse de vez en cuando de las decisiones rápidas y la hiper estimulación que nos lleva a otras metas, quién sabe aún si peores.

Saco el portátil de la mochila y escribo todo esto de carrerilla, iba a tomarme unas semanas sin columna pero me salto los planes encantado. Para eso están, para romperlos. Espero que en La Verdad hayan guardado mi querida página impar de cada miércoles.

Al aterrizar, y tras sobrevolar en vuelo rasante un trocito del Pacífico, compruebo que la maravilla de hace unas horas eran las Azores, concretamente el volcán de la Montanha do Pico, casi dos mil quinientos metros de altitud en una isla enana y punto más alto de todo Portugal a un buen paseo de la capital lusa.

Lo que aprende uno enchufado a internet y en lo que se fija uno estando desenchufado. Tanto que no activé el teléfono en destino para una completa inmersión de tres intensos días. Y de qué viva manera me conecté a Medellín estando desconectado. Prometo contarlo en otra columna.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
19 de junio de 2019