Los primeros días de otoño

Siempre había pensado que la playa es especialmente bonita y disfrutable en septiembre… Hasta que el otro día nos pasó algo increíble a la orilla del mar. Atentos que tela.

Los primeros días de otoño son diferentes en la costa. Poca gente, conté solo nueve personas incluyendo a nosotros cuatro. Algunas caras ya conocidas, como una pequeña comunidad. El sol brilla a punto de meterse por el horizonte.

El agua está tranquila y muy calmada a esta hora, junto a una leve bruma que con el anochecer dibuja de gris el puerto en la distancia. Era ya tarde, queríamos alargar uno de los últimos fines de semana antes de la vuelta al cole.

Mis hijos juguetean en la orilla con una pala que a veces usan de flecha o de espada y un montón de cubos para hacer castillos, torres y fortalezas. Les encanta imaginar que son mineros.

Nosotros relajados totalmente, tan acostumbrados al habitual barullo de verano este momento es casi mágico. Abismal diferencia. Una tranquilidad que se rompe cuando escuchamos gritar enloquecidos a los críos:
¡MAMÁ, PAPÁ, AQUÍ HAY ALGO!

Han visto algo en el hoyo que han hecho, nos acercamos resoplando y dando por hecho que será una tontería de niños cuando vemos que en realidad no hay algo.
¡LO QUE HAY ES ALGUIEN!

Entre la arena, que sin darnos cuenta ha sido excavada casi un metro por mis pequeños, ha aparecido un pie. Joder, un pie humano. Y parece que también está el resto del cuerpo.

Les aparto de la escena como puedo y nos alejamos con el corazón en la boca. ¿Hemos visto un cadáver? Mi mujer dice que parece un hombre de pequeña estatura, a mí no me ha dado tiempo a fijarme.

La caseta de los socorristas está desierta, ya no queda nadie en la playa, nos hemos quedado solos en un momento y ni nos habíamos percatado. Saco el móvil y llamo al 112. Al rato aparece una patrulla de la Guardia Civil que nos hace mil preguntas.

Yo no puedo dejar de fijarme en el escudo de su uniforme, que tiene dibujados una espada y un hacha, pensando en que si tuviera algo así iría directo a desenterrarlo. ¿Y si está vivo todavía?

Les contamos todo y ya se encargan ellos del asunto, dicen. Al rato llega una dotación de bomberos y una ambulancia. Luego muchos curiosos a distancia. Y nosotros al lado sin poder movernos del lugar viendo el gran dispositivo que han montado.

Estamos en shock.

Ya es noche cerrada. Van desenterrando el cuerpo poco a poco. Efectivamente es un hombre muy bajito, parece joven aunque lleno de arena es totalmente irreconocible. Qué pena, joder. Dicen que en esta comarca nunca había pasado algo así.

Mientras lo trasladan de pronto algo brilla un instante en la oscuridad, un fugaz reflejo en uno de los dedos que cuelgan sin vida del brazo de la víctima.

¿¡Es un anillo!?

Nos acercamos todo lo que permite el cordón policial y por un momento nos miramos sorprendidos mi mujer y yo.

¡No puede ser!

Un amigo nuestro es artesano y fabrica anillos como ese por encargo, suelen tener unos colores e inscripciones muy característicos, como si fueran runas. Además de ser totalmente únicos, lo curioso del asunto es que los fabrica tallados con una frase especial y muy personal.

Y únicamente los vende, y no baratos precisamente, a aquellos interesados que tras un par de horas de conversación relajada en la trastienda, mientras suena Enya o algo parecido, consiguen convencerle de los dignos motivos de la compra.

Siempre, además condición imprescindible, que también la frase a tallar le parezca acreedora de su trabajo artesano.

Nuestro amigo es un tío raro y habitualmente son aún más raros sus clientes. Le llamo en el momento para contárselo y nos dice que recuerda perfectamente al comprador que le estamos describiendo.

Nuestro amigo piensa que la frase del anillo será clave para entender el móvil del asesinato y quizá el asesino. Nosotros también. Estamos convencidos.

Intentamos persuadir a los cuerpos de seguridad de lo que intuimos pero no nos hacen ni caso. Dicen que aquí nadie ha matado a nadie, las propias olas han ido ocultando el cuerpo, posiblemente muerto por causas naturales hace ya unos días.

Llega una unidad de policía a caballo (enorme y blanco por cierto) y poco a poco se va despejando el ejército de mirones que se fueron acumulando, al tiempo que aparecen los familiares. Todos igual de bajitos que el difunto. Y con cara de buenas personas.

A ellos sí conseguimos contarles la historia y nos dicen que se trata de un primo lejano un poco trastornado, que suele salir sin rumbo a dar vueltas por las cuevas de la zona rocosa litoral.

Sabían que antes o después esto pasaría, por lo que le habían obligado incluso a hacer testamento en una de las temporadas que, muy desmejorado, pasó hace poco con ellos.

De hecho, nos cuentan que tienen todo preparado para el entierro, que será incinerado en el Crematorio Destino y que su única última voluntad era estar para siempre junto a “Su Tesoro”.

Antes de despedirnos del lugar nos gritan a distancia que la inscripción rezaba: “Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas.”

Ya verás cuando se lo contemos a nuestro amigo.
Se llama Sauron, no sé si ya os lo había dicho.
Es un tío raro de cojones.

(FIN)

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