Un restyling a tiempo es una victoria

Cuando desde la agencia nos embarcamos en algún proyecto de este estilo siempre es un reto, ya que las empresas son habitualmente reacias a modificar, por pequeño que sea el cambio, sus imágenes de marca.

Por eso, voy a usar el ejemplo del reciente restyling de “laSexta” para poner de manifiesto las ventajas de traer el logo de tu empresa al siglo XXI, de darle una capa de maquillaje, de ponerlo guapo para salir a la calle, vamos.

El restyling de laSexta: ejemplo brillante de renovación visual

Para empezar, el contexto: laSexta lo ha afrontado celebrando sus 18 años. Una “excusa” perfecta para una marca que siempre ha destacado por su espíritu irreverente y dinámico. Personalmente, veo este restyling como un movimiento estratégico para reforzar su identidad, al tiempo que se adapta a los momentos actuales.

Mantener la esencia / Evolucionar con frescura: el icónico color verde sigue presente, pero con una gama más vibrante y matices que aportan una chispa de energía. Ejemplo perfecto de evolucionar manteniendo la esencia. Lo veo como una decisión que transmite, al mismo tiempo, ojo, continuidad y modernización, algo que puede ser paradójico pero vital para una marca con una identidad tan consolidada.

Versatilidad / Dinamismo: el logotipo polimorfo, no solo incrementa la flexibilidad visual de la marca, sino que también responde a una actual necesidad de versatilidad en las múltiples plataformas que el canal ofrece.

Adaptabilidad / Dificultad: esta característica es crucial en la era digital. Se debe mantener una coherencia visual en contextos muy variados, desde la emisión televisiva hasta los entornos digitales. Creéme, sé de lo que hablo y lo difícil que es. Bravo por los diseñadores que lo han ejecutado de 10.

Tipografía / Simplicidad / Impacto: se ha desarrollado una tipografía propia que, sin duda, refuerza la personalidad de la cadena, dotándola de un carácter único. La simplificación, paralelamente, del logotipo a una única masa de color logra un impacto visual inmediato, clave en la comunicación efectiva en cualquier ambiente.

En definitiva, este restyling demuestra cómo una marca puede evolucionar sin perder su ADN o su autencididad, potenciando la conexión con su audiencia y asegurándose de seguir siendo relevante en un sector tan competitivo como el audiovisual.

Rutinas, ¿a favor o en contra?

Las odiamos mientras las sufrimos, especialmente al final del curso, antes de las vacaciones, cuando más pesan, cuando más nos alienan pero… ¿Qué sería de nosotros sin ellas? Incluso en los periodos sin trabajo o fuera de casa acabamos buscándolas. Se nos cuelan en los días, en los gestos, en los comportamientos. Son las rutinas, que aparecen incluso con sólo un fin de semana en un hotel al que no vas a volver nunca, en un viaje en el coche de un conocido, en la visita a casa de un amigo.

Los hombres somos animales de costumbres, las necesitamos pero al mismo tiempo las detestamos. ¿Por qué nos pasa eso? Nuestra relación con ellas es paradójica, nos proporcionan estructura, seguridad y en cierto modo nos hacen más eficientes, pues cuando el entorno que nos rodea es predecible nuestro cerebro ahorra energía (se pone como en piloto automático) y nos permite poder centrarnos con más garantías en otras tareas más creativas, reduciendo el caos de la vida cotidiana (no te digo nada si tienes dos hijos como yo) o del trabajo (ídem de lo mismo con quince empleados en la agencia, donde los plazos son vitales y sin organización, no vamos a ninguna parte).

Pero por otro lado son una camisa de fuerza (que nos ponemos con mucho gusto las más de las veces) que nos atrapa en una “zona de confort” que puede volverse asfixiante, haciendo protagonista a la monotonía en contra de la libertad, espontaneidad o espíritu aventurero, algo que nuestro cuerpo y alma necesitan constantemente, en forma de estímulos (externos e internos).

El asunto que me quita el sueño es mantener ese equilibrio entre el orden y el caos, entre la paz y la adrenalina, entre la tranquilidad y la frescura. A ciertas personas las mejores ideas les llegan en momentos de rotura de hábitos, a otra en cambio, cuando están más tiempo divagando e hilvanando pensamientos largos, lo contrario de la vida que llevamos, por ejemplo, con las pantallas y las gratificaciones instantáneas.

Todos los septiembres, que como todos sabemos es cuando realmente empieza el año, regreso a mis rutinas con una mezcla de sentimientos, y para ponerme en marcha organizo mi agenda de reuniones, de volver a la oficina, de instituto de los críos y, sobre todo, de la vuelta al deporte que, con toda la intención del mundo, suelo dejar aparcado un poco en verano y los casi diez kilos de más son el mejor indicador de esto que comento.

El resumen es que sí, quiero rutinas, las necesito, pero solo si puedo controlarlas, manejadas con la intuición que me proporciona conocerme bien, camino del medio siglo con la tranquilidad de saber qué papel quiero que tengan en mi vida y qué protagonismo les voy a dar. Al fin y al cabo son el guion básico de nuestras historias, aderezadas con sorpresas momentáneas, que es lo que le da calidad a la película.

Benditas coincidencias

La prueba a la que nos pone la vida continuamente tiene un protagonista destacado, aunque secundario en la película que vivimos, llamado azar, destino o casualidad que desviste, desnudándote, la ciencia a la que nos agarramos, la sobriedad en la que nadamos, la certeza a la que aspiramos.

Con mi hermano y con mi madre la música era protagonista en la infancia. Y el cine. Carteles de películas en las paredes, canciones en cintas del coche. Ellos me pusieron el otro día una de Joaquín Sabina, que define lo que sentimos, que se nos ha echado encima la vida, la salud, los hijos, la edad, los años y él, virando de voz y actitud, nos regala momento a veces alegres y otros más tristes que un torero al otro lado del telón de acero.

Llega a mis manos, de rebote por un tuit de un hilo de un tío que suele hablar de libros, a destiempo, al menos tenía cinco años el asunto, eso que alguien trae sin intención una idea que revoloteaba en las cabezas de muchos antes que tú, una lectura, una recomendación, un clásico que siempre me había rondado pero al que, por hache o por be, nunca me había decidido a hincarle el diente (y eso que salgo a más libro por semana): “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo.

Hemos alquilado una casa para pasar unos días en el pueblo. Está llena de libros, no te imaginas cuánto. De arriba abajo y de puerta a puerta. Entre los miles me llama la atención un puñado, que ordeno en una esquina de una de las estanterías mientras paso el dedo por las demás, dejándome llevar por una elección que puede no depender de mí. Abro el primero: “Bartleby y compañía”, de Vila-Matas, mientras me pido un licor café en mi bar preferido de Yeste. Primera página, Enrique habla de Juan Rulfo como ejemplo de su estudio, de su pena, de su mentira y su verdad mientras suena por los antiguos altavoces del local “Así estoy yo”.

Me llega por redes que Netflix (nos espían, sí, bendito sea no recibir dentaduras postizas o pañales para pérdidas de orina) está trabajando en la producción como serie de la obra mexicana. Me salta en Spotify “Whisky sin soda” del genio madrileño tras cien años sin escucharla. Siento dos escalofríos en un lapso cortísimo, agudos, de los antiguos, cuando había sorpresas. Cuando éramos genuinamente felices y felizmente ingenuos.

Dime lo que quieras, pero lo que siento mientras escribo esto hoy, en Agosto en la Sierra, no se mide con palabras, me lo están contando como a un bartleby y quizá yo solo me dedico a copiar lo que alguien me dicta. Apuesto a que soy yo mismo desde el futuro, más listo, más culto, más joven, con menos colesterol y mejor vista.

Como un “dandy con lamparones” o ese “rumor parejo, sin ton ni son, parecido al que hace el viento contra las ramas de un árbol en la noche, cuando no se ven ni el árbol ni las ramas, pero se oye el murmurar.”

Bendito verano, benditas canciones, benditos libros.

Benditas coincidencias.

Veranos paralelos

Llevo varios días intentando retomar la costumbre de salir a correr mientras amanece, después de varios meses de mucha bici y con el Maratón de Tokio a la vuelta de la esquina, como quien dice, toca transferencia de deportes. Me levanto cuando mi mujer se va a trabajar, un café rápido y silencioso para no despertar a la prole mientras saco al perro y veo los primeros rayos de un Sol que como un certero pinchazo nos va calentado hasta el hervor en estos días estivales de calor extremo.

Bajo descalzo y sin móvil a la arena, tras el ejercicio me meto al mar, me lavo la cara y vuelvo a la calma y el temporal frescor zambullido en agua salada, empapado en sudor, me cruzo con las máquinas que maquillan las dunas y analizo a los primeros bañistas que, como banderas de una guerra ganada, clavan sus sombrillas y se atrincheran en su trozo preferido a la espera del resto de sus familias.

Subo y enciendo el ordenador, los últimos días del mes de Julio son siempre estresantes y esta tarde tengo además reuniones en Murcia capital. Comienzo la jornada laboral cuando no son ni las nueve de la mañana, me siento joven, con fuerza y afortunado.

Saludo a mi vecino antes de responder el primer email del día, está a punto de cumplir 97, nos conocemos de hace mucho y viene a pasar una buena temporada cada verano con sus hijas. Tiene nietos. Y biznietos. En los últimos años ha visto morir a su yerno y a su mujer. Tiene un humor chocante que no entiende todo el mundo y del que hace gala continuamente. Dice que está fastidiado, nos ha jodido, lo estoy yo y no tengo ni la mitad de su edad. Habla con todo el mundo, la mayoría extranjeros, sin saber una palabra de inglés. Cuesta ya un poco entenderle en español, así que podéis imaginar las maravillosas escenas de las conversaciones.

Me encanta verle cada mañana, a primera hora, yo salgo a correr por la playa y a él hoy le tocaba afeitado. Ha sido un viaje al pasado, no recuerdo la última vez que vi esa espuma blanca en una cara, y su mano temblorosa pero segura, cogiendo la cuchilla con destreza y retirándola en cada pasada.

Me encanta hablar con él, me cuenta batallitas y yo, que ya no tengo abuelos, escucho encantado intentando hacerme a la idea de cómo sería la vida de un hombre nacido en los años treinta del siglo pasado, nada menos. Está bastante lúcido y casi siempre está sonriente, preguntando por nuestros hijos y por cómo va la vida. Me pide que le toque la guitarra.

Cuando le digo que estoy trabajando a distancia suspira y me dice que esto no son vacaciones, le explico que tengo una empresa y que en esta época del año es una maravilla poder conectarme desde el ordenador para compaginar curro y piscina. No acaba de entenderlo y, de rebote, me hace dudar a mí.

Estamos cada año en el mismo sitio a la misma hora, pero sin duda tenemos veranos paralelos, aunque lo bueno es que en el horizonte, como punto impropio, acaban tocándose.

Una peli para trabajarte

Hay que reconocer que esta gente sabe hacer películas. Saben qué botones tocar en las pantallas, en los dibujos y, por encima de todo, en nuestro interior. Como la buena música, que te lleva hacia las sensaciones que ella quiere, jugando contigo como una hoja rendida a los deseos de ese pequeño remolino de aire que se forma en la esquina de una calle.

La segunda parte de “Inside Out” (traducida como “Del revés” en España) es una joyita más mental que cinematográfica, aunque también pues últimamente los guionistas saben que a las salas de cine van familias enteras (por cierto estaba casi lleno nuestro pase, no recuerdo la última vez que veía algo así, maravilla) a disfrutar juntos pero de manera diferente lo que con maestría saben exponernos estos genios de Pixar y/o Walt Disney. Para tomar nota también la maravillosa campaña de marketing a nivel internacional en general y en España en particular, con un elenco de dobladores elegidos con ojo clínico: Michelle Jenner, Rigoberta Bandini, Chanel o Gemma Cuervo, entre otros.

A los cinco sentimientos básicos de la primera parte: alegría, tristeza, ira, miedo y asco, se suman, al tiempo que la protagonista ha pasado de la niñez a la adolescencia, otros cuatro protagonistas, magistralmente conseguidos: ansiedad, vergüenza, envidia y algo llamado “ennui” que representa ese tedio vital que sienten los jóvenes en algunos momentos de su vida. Mención aparte a la anciana nostalgia que aparece un poco a destiempo, dando a entender en un par de escenas muy graciosas especialmente para los padres, que tendrá un papel más importante en las siguientes secuelas, que las habrá más que seguramente.

La película es maravillosa porque explica perfectamente (al igual que los viejales de mi generación entendemos que el cuerpo humano venía representado por aquella mítica serie de dibujos animados de los ochenta) cómo entre todos estos sentimientos se va forjando la personalidad de una persona, cómo entre todos ellos generan sensaciones más complejas como el sarcasmo y cómo el correcto equilibrio entre todos puede hacernos mejores personas, dejando entrar a cada una de ellas en ciertos momentos de nuestra vida para compensarnos.

Especialmente duro para los mayores un par de escenas en las que “alegría” sufre al sentirse impotente e irremediablemente te tienes que ver reflejado en ello.

Fuimos a verla los cuatro, nuestros hijos ya tienen 16 y casi 15, edad parecida a la de la protagonista, Riley Andersen, espejo en el que mirarse y comprenderse en más de una de las numerosas y bien llevadas escenas. Ojo a sus padres, para troncharse cuando nos metemos en sus cabezas, con las mismas pero tan diferentes emociones guiando sus cerebros. Buenísimo.

Una película para pensar, y para mejorar, para conocernos y que puede servir de instrucciones en ciertos momentos complicados que todos pasamos a diario en nuestras vidas, en nuestros trabajos y con nuestras familias.

Al salir estuvimos comentando qué peso tiene cada uno de los sentimientos (asociados además a muy acordes colorines) en nuestras únicas personalidades y cómo todos aportan en su justa medida para el fluir comunitario.

Un buen ejercicio el de ponerte porcentaje a cada uno de ellos, yo creo que lo tengo bastante claro, la clave está en conocerte y, de paso, intentar trabajarte.

El bautizo

Acababa de parar de llover cuando llegué a la Catedral, por fin a resguardo pero calado hasta los huesos, entré escuchando el fantasmagórico pero habitual eco que añade a cualquier voz el mágico interior de estos lugares.

Estaba completamente llena, lo que daba un toque de absoluta transcendencia al denso silencio, atronador, que nos envolvía. Olor a gente, a ropa mojada, a madera antigua y a paredes centenarias.

Me situé discretamente en la última fila de bancos, listo para asistir por primera vez a lo que tantos años estaba evitando y temiendo: mi bautizo.

El pequeño charco que se había formado bajo mis pies reflejaba la magnífica cúpula que me protegía y yo, mirando al suelo con un ojo y a mi alrededor con el otro, iba siendo presa del pánico a la misma velocidad que me iba secando poco a poco.

Los apellidos iban avanzando con lenta parsimonia en la boca del maestro de ceremonias, no supe si por orden alfabético, edad o importancia en el escalafón interno de la orden, pero fuera el motivo que fuera, cada nuevo mencionado era un paso menos para que llegara mi turno.

Cuando escuché, debidamente ordenadas, las letras que mis padres eligieron para mi nombre y que nunca quisé oir salir de aquella boca, un escalofrío recorrió mi espalda, un sudor frío llenó las palmas de mis manos y un retortijón acudió raudo a mi vientre.

Era el momento. Había llegado. ¿Cómo podía estar tan nervioso? La Luna asomaba levemente entre las vidrieras, pintando de un precioso color plateado las gotas que por ellas resbalaban.

Octubre del año 1577, Murcia, obligado por la tradición familiar me tocaba cumplir con un trámite que no deseaba lo más mínimo. En las antípodas morales de mis ancestros, formar parte de esto cortaría de cuajo mis ambiciones individuales.

No era más que un sencillo aprendiz en la única imprenta de la ciudad, emocionado al ver cómo por arte de magia aparecían las palabras en los lienzos que salían de las máquinas. Quería seguir haciéndolo, pero si entraba hoy en la orden sería incompatible, sería un desastre personal.

Oí mi nombre, pero algo me tenía paralizado. Estaba completamente bloqueado. No alcanzaba a enteder qué era, pero mi cerebro no mandaba órdenes correctas a mis extremidades. Un rumor iba aumentando en volumen al ver que nadie acudía a la llamada.

No podía mover un músculo, pero como nadie me conocía y éramos más de cien chavales que nunca antes nos habíamos visto, decidí continuar quieto y callado, poner cara mitad de sorpresa mitad de recriminación como todos los demás y rezar porque llamaran al siguiente.

Los segundos pasaban lentísimos, las miradas comenzaban a agudizarse, en menos que canta un gallo me tocaría reconocer que era yo el fallido fugitivo, siendo al mismo tiempo blanco de sus críticas y pasto de un futuro que sería para siempre ordenado por otros.

De repente, un ruido ensordecedor y demoniaco envolvió el ambiente, era algo que no venía de este mundo, algo totalmente irreal. Una melodía metálica como el latón, afilada como una sierra y rítmica como el martillo que golpea la ardiente fragua.

No sé como explicarlo pero algo vibraba dentro de mí, como si yo mismo fuera el origen de esa sinfonía maldita y descontrolada. Todo el mundo se giró a mirarme, era mi cuerpo el que emitía esa canción infernal temblando desde lo más profundo de mi ser.

El corazón quería salirse de mí mismo y latía descontrolado mientras me agrarraba el pecho sin entender nada cuando palpé algo que no era mío entre los pliegues de la ropa, algo pequeño y colorido que con un rápido movimiento cacé y lancé al suelo aterrorizado.

Era una especie de aparato con fuegos y sonidos, que seguía vibrando en el suelo mientras daba pequeños saltos de un modo espasmódico y que formó un corro de curiosos que se iban santiguando alrededor corroídos por el pánico hacia ello. Y hacia mí.

Sus ojos alternaban rabiosos entre aquel invento del Diablo y mi persona, estrechando el círculo a cada paso, señalándome mientras se iban pertrechando con los palos y hierros que tenían a mano.

El más violento de todos se abalanzó hacia mí armado con un enorme candelabro de bronce mientras seguía sonando ese “pipipipiiii, pipipipiiii, pipipipiiii” cada vez más fuerte y más agudo.

Justo en el momento en que me preparaba para recibir el golpe, cerré los ojos tan fuerte como pude, alzando los brazos para intentar contrarrestar su ataque cuando entre los dedos apareció mi despertador, sonando rabioso este 2024, en el primer día de mi nuevo trabajo.

FIN

Un paso mágico

Un paso mágico

Cuando entré a formar parte del grupo de patrocinadores del UCAM Murcia Baloncesto, hace tres temporadas, debo reconocer que conocía bastante poco del club y eso que siempre he sido seguidor del basket en general, además de ser el primer deporte en que me federé y competí a nivel amateur en las ligas municipales de Madrid durante algunos años, e incluso ya patrocinábamos con la empresa varios equipos locales de la región.

Nunca pensé dar el paso de colaborar con un equipo de la primera división profesional de ningún deporte, también debo reconocerlo pero, como todo en la vida, el esfuerzo da sus frutos y con el ímprobo trabajo que desarrollamos en la agencia, unido a la insistencia y el cariño de Antonio y José Miguel por parte del club pudimos por fin permitirnos afrontar la inversión publicitaria que supone dar un paso de este calibre. Un paso mágico.

Recuerdo como si fuera ayer la rueda de prensa de la presentación con Felipe y Julia, siempre atentos y profesionales, en la que pedí que me acompañara un tal Tomás Bellas, del que no sabía más que llevaba mi número 7 a la espalda y que ha acabado convirtiéndose en buen amigo y con el que tengo la suerte de seguir compartiendo buenos momentos personales. No imaginaba en ese momento que acabaría yendo a todos los partidos de todas las temporadas, sacando tiempo de debajo de las piedras para ir enganchándome a un equipo que iba dando tumbos deportivos en una travesía en el desierto de la ACB que lo tuvo a las puertas de los playoffs, con papeles discretos en la Copa del Rey y la Champions League, pero sentando las bases de lo que este año ha acabado saliendo a la luz, con el trabajo de unos excelsos gestores técnicos, deportivos y creativos como son Sito, Alejandro y Juan Pablo, una memorable temporada en la que hemos disputado la Final Four de Belgrado y nada menos que la finalísima de la Liga Endesa al todopoderoso Real Madrid, después de eliminar con enormes dosis de épica al Valencia y al Unicaja Málaga, nada menos.

Un equipo, liderado por el incombustible, excelente persona y eterno capitán Nemanja, que ha movilizado a toda una ciudad, ha ilusionado a toda una región que ha llenado continuamente el Palacio de Deportes, que ha vibrado con la calidad y los cojonazos de Rodions, Dustin o Dylan, por nombrar tres de todos los guerreros que se han partido la cara, incluso literalmente estos días y que ha sabido degustar el buen baloncesto que nos espera a los murcianos a partir de ahora. Un club en el que desde el primero al último ejecutan a la perfección su papel, un abrazo enorme desde estas líneas para toda la familia Mendoza y cómo no, para Lucas, Jose Manuel, Mariano, Carlos, Tozé o Estefanía, entre tantos otros.

Personalmente me siento feliz de haber enganchado a mis hijos, a mis hermanos y a mi padre, que se han hecho todos fans de este UCAM Murcia que es también una familia, realmente, de la que todos nos sentimos parte. Orgulloso también de haber contagiado a otras empresas amigas y clientes a unirse al barco de los patrocinios que tanto aportan a la sociedad y al deporte en todos sus estratos, también muy contento especialmente de que me haya recibido con los brazos abiertos el selecto club de patrocinadores/animadores con el que hemos disfrutado de inolvidables viajes y memorables previas: José Luis, Víctor, Miguel, Enrique, Julio, Juan Antonio, Iñaki, Ángel, Juan Carlos, Alberto, Emilio, Raúl, Ramón, Fran, Ginés, Antonio, Marcos…

Me va a faltar algo estos meses de descanso sin la rutina de los partidos, sin los nervios de la competición, sin las previas, sin los viajes y sin ese gusanillo que te recorre el cuerpo cuando sientes que eres parte de algo mucho más grande que tú, compartido con la gente a la que quieres y que de vez en cuando, además te da una alegría. Como si hiciera falta, que no la hace, pero a nadie amarga un dulce, qué demonios.

Estoy contando los días para la temporada que viene, para volver a nuestro pabellón, para dar abrazos y choques de manos a tanta gente con la seguir sumando momentos inolvidables y pasos mágicos que juntos, saben todavía mejor.