Lo único cierto en la vida es que estamos de suerte. Continuamente. Respiramos. Pensamos. Decidimos. Controlamos nuestros instintos más primarios. Elegimos. Andamos. Paramos. Continuamos. Un sinfín de actos reflejos que nos llenan el día sin que nos paremos a pensar en ello. Pasé un puñado de meses de mi adolescencia en un centro para discapacitados intelectuales. No voy a entrar en la manida discusión de aquella época: que si la mili (el servicio militar obligatorio que los abueletes como yo teníamos que cumplir) te hacía más hombre o menos que la objeción de conciencia. O incluso más machote aún de los que a base de prórrogas consiguieron sortear aquella situación.…
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Juegos para(másque)olímpicos.
Pertenezco a la última generación española que tuvo que cumplir el servicio militar obligatorio. La famosa MILI planeaba sobre nuestras cabezas desde que cumplías los 18 años, pululando alrededor de la facultad y, prorrogándose año tras año. Por aquel entonces era bastante “reaccionario” (no tanto como para ser insumiso) y me declaré Objetor de Conciencia. También influyó el hecho de querer quitarme de encima cuanto antes ese muerto, para terminar la carrera “limpio”. A algunos les parecerá prehistoria, pero en los currículums de la época, junto al carné de conducir que cada cual poseía, aparecía el archifamoso: “Servicio Militar Cumplido” Sin duda, aquella decisión fue uno de los mayores aciertos de mi…