Hace cinco años crucé en Agramón la meta de mi primer triatlón. Me tuvieron que prestar una bici y terminé casi arrastrándome el doscientos y pico de trescientos participantes. El sábado pasado por fin subí a un podio. La guinda a una evolución lenta pero segura de la mano de Jorge, mi hermano y entrenador, que saca petróleo a mis escasas cinco horas semanales de entrenamiento.
Tenía una corazonada para este Triatlón de Guardamar, marcado en rojo como gran objetivo de la temporada. Los que me conocen saben que iba en serio, convencido de que había llegado el momento. Suena a cursilada pero visualizarlo a diario durante semanas se convirtió en una pequeña obsesión que compensó la mezcla de lesiones, muchísimo trabajo, parones y priorización de otras facetas de mi vida durante este año. Toca tirar de fuerza mental, especialmente en competición. Los hay que con un dorsal se acojonan, a mí me pasa justo lo contrario.
Afronté la prueba con confianza. Convencido de que, aunque no era mi distancia favorita, el formato me beneficiaba: Contrarreloj (salidas individuales cada veinte segundos) sin drafting (prohibido ir a rueda). En mi opinión de esta forma se premia al triatleta más equilibrado en las tres disciplinas. No es tan decisivo ser buen nadador o pillar un buen grupo en bicicleta. Aquí vas solo, sin más referencias que tu respiración y tu pulso.
Llegué convencido de mi buen momento nadando y un gran pico de forma en bici, aunque muy justo para la carrera a pie, por lo que tendría que exprimirme aún más en el agua y dando pedales. Y vaya si me exprimí: gran natación y maravilloso sector en bicicleta. Luego cambió la cosa y tocó sufrir corriendo a unos ritmos peores de lo esperado. Iba cayendo en picado kilómetro a kilómetro hasta que recordé aquellos fatídicos cuatro segundos que me dejaron sin podio la vez que más cerca antes había estado. Apreté los dientes y esprinté más que nunca en mi vida. Por la cabeza desfilaban pensamientos contrarios: «Si no lo consigo me retiro del deporte» o «Nacho, si pillas metal te dejas el triatlón». Curioso cómo funciona el cerebro rondando las doscientas pulsaciones por minuto.
Lo malo de este formato es que cruzas la meta y no sabes nada. Silencio. No alcé los brazos como suelo hacer. El resultado final aguanta escondido hasta que terminan todos. Y la espera se hace eterna. Ducha, hidratación, recoger material. ¡Y sorpresa! Por únicamente 39 segundos conseguí la tercera plaza de mi grupo de edad en el año del estreno en la categoría de veteranos. Un podio compartido con dos fueras de serie como Mateo Pesquer (campeón del mundo de acuatlón) y Moisés Vidal (ganador de varios Ironman).
El único borrón del día fue que no pudieron acompañarme mi mujer y mis hijos. Pero quién sabe, quizá vuelva a subir al cajón más adelante pues como dice la camiseta que nos regalaron a los amigos de la quinta del 77: «Life begins at forty.»
UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 18 de Octubre de 2017