Cuando comencé a correr, hace ya 3 años y medio, jamás pensé que podría hacer, ni tan siquiera un sprint, por debajo de 4 minutos el kilómetro. El domingo pasado, 2 de Febrero, en la Carrera Solidaria de Entreculturas Murcia, fuí capaz de mantener ese ritmo durante 10 kilómetros seguidos.
Se me metió en la cabeza el reto de bajar de 40 minutos en un 10k debido a lo bien que se me dió la Carrera Nocturna semanas atrás, en la que sin prepararme nada, y terminando de comer casi a las 18, me calcé las zapatillas e hice 41 minutos en 9 kilómetros y medio largos. Hasta tuve que correr con un dorsal prestado. Quizá la falta de presión hizo el resto.
Durante los 15 días previos seguí a rajatabla un plan específico con mi preparador, con muchas series y ejercicios de técnica. Llevo sin hacer bici desde Nochebuena (nadie sabe lo que la echo de menos) y sólo nadé de vez en cuando para descargar y cambiar de aires.
Amanece el día de la carrera con un frío y viento intensos. Azota con rachas muy fuertes por momentos, tirando algunas vallas del recorrido y haciéndome temer la infinita recta pegada al Río Segura en la que no tenemos la protección de los edificios y encima viene de cara.
Para rizar el rizo, el viernes habíamos tenido una cena en casa y acabamos a las tres de la mañana entre cervezas, vinos y copas, por lo que el sábado y domingo fueron relajados y en familia. En el fondo creo que cosas así ya forman parte de mi entrenamiento y si no las tuviera todo iría peor deportivamente hablando.
En la salida me acompañan, como siempre, mis tres mejores fans: Maripaz y mis hijos, dejándose la voz animándome. ¿Cómo no iba a pulverizar mi marca? Caliento con Santi (pedazo de persona y deportista) y Raúl Martos, con el que había acordado la sencilla estrategia de carrera: sería mi liebre, marcando un ritmo fijo de 4 min/km durante toda la carrera.
Las primeras zancadas son clave, me concentro en la técnica y me pego a Raúl como una lapa y agradezco sus órdenes: para, pégate, acelera, vamos bien, vamos bien.
La primera bajada por la Gran Vía tenemos que echar el freno, pues marcamos 3:54 en el primer kilómetro. Mucho viento en contra, que se convierte en a favor cuando la encaramos de nuevo en subida. Bonito callejeo por la calles del Barrio del Carmen e Infante Juan Manuel, y vuelta hacia meta con la recta desde el Auditorio hasta el primer paso por meta, de más de 1 kilómetro y medio, que se pega mucho.
La primera vuelta es medianamente sencilla, el circuito tiene tramos de viento a favor y pequeñas bajadas que nos permiten «descansar» un poco. Cruzamos la meta por primera vez en 19 minutos y 55 segundos, lo que supone 5 segundos de margen sobre el tiempo previsto. 5 kilómetros clavados según mi Garmin. La cosa pinta bien. Si consigo aguantar, claro.
Raúl me controla al milímetro, comprobando continuamente que voy a su lado, preguntando qué tal, demostrándome lo que es de verdad un compañero en carrera. Parciales clavados 2 segundos arriba o abajo durante los 6 siguientes kilómetros. Pasar 4 veces por la meta y ver a mis hijos animándome es el mejor dopping.
Raúl aprieta un poco en el kilómetro 8, bajando el ritmo a 3:51, pero le digo que no puedo, empiezo a flaquear. Quedan 2 kilómetros y según nuestros cálculos tenemos margen de 20 segundos. Pero lo veo negro. Me centro en la técnica, me impulso con los brazos. Paso por la puerta de mi casa.
Es curioso que desde muy pronto no nos ha adelantado nadie, hemos ido pasando unidades con bastante facilidad, pero desde hace muchos minutos tampoco alcanzamos a ningún corredor. Hasta ahora que pasamos a dos y vuelvo a enchufarme un poco.
Mi hermano Jorge me anima desde la bici. Por momentos pienso en bajar el pistón y volver a intentarlo en otro momento. Pero sus gritos ya forman parte de mi vida deportiva:
¡Sufre, que sólo son 8 minutos!
¡Vamooos! ¡Piensa en tu madre!
¿Es que no han servido para nada esos madrugones por la mota del río?
¡Respira, respira, respira!
Cruzamos por segunda vez el Puente de la Fica (junto al Auditorio) y va y dice: «¡Recta de meta, último sprint!». Pero si queda más de 1 kilómetro, pienso (no puedo ni hablar). Sí, pero no hay curvas, piensa él.
Sonrío.
El último kilómetro lo hago con el corazón. O la cabeza, no estoy seguro. Las piernas van solas. Por primera vez en mi vida incluso gimo un poco, me recuerda a los gritos de jugadores de tenis cuando golpean la bola en los interminables puntos de los últimos juegos del quinto set.
Lo hacemos en 3:49. El más rápido de todos. Brutal.
Unos metros antes de la meta cojo a mi liebre por el cuello, para entrar juntos. Pero se zafa y me empuja. Quiere que, después de todo lo que me ha ayudado, salga en la foto con mi habitual pose. ¿Se puede ser más grande? Luego me he arrepentido de no obligarle a hacerlo, pero en esos momentos no estaba para pensar, la verdad.
Tiempo oficial: 39:11
Puesto: 16 de 317
En la meto veo a Juan Antonio, un ejemplo de saber estar, un señor. El pequeño paseo trotando con mi hijo, que lo está deseando, es la guinda y las cervezas de después al sol en la Glorieta con mi mujer, completan un día redondo.
Según mi experiencia, está claro que es más importante la calidad que la cantidad en cualquier entrenamiento, puesto que haciendo números con los datos en la mano, en el año 2013 sólo pude sacar una media de 4 horas de entrenamiento semanales, contando las tres disciplinas que practico (correr, nadar y bicicleta).
Para algunos de vosotros será mucho, para los que suelen hacer deporte es poco. Muy poco. Y el que mejor sabe exprimirme es Jorge Preparador.
Gracias a todos, haber conseguido este reto es en gran parte por vuestra culpa.
No puedo acabar este post sin acordarme de que gracias a esta acción solidaria de Entreculturas se han reacaudado más de 100.000 euros destinados a la construcción de seis aulas, con aseos y mobiliario escolar, en el Congo.
¡Esto sí que es un triunfo!
NOTA: Fotos de mi mujer, Miguel Manzano y La Opinión.
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