Veinticinco mil palabras.

Alguien a quien tengo en un pedestal por diversos motivos me dijo que escribir es un oficio que se decanta con el tiempo. Siendo sincero tengo ligeras dudas de que alguna vez se convierta esto tan difícil en mi oficio. Ligeras que se convierten en profundas viendo y leyendo con quién he compartido páginas en este periódico durante un año entero. Firmas de renombre mezcladas con un aprendiz del papel. Comparar mi pésimo nivel con el suyo se me hace incluso cruel echando la vista atrás.

Qué diferente es publicar en Twitter ciento cuarenta caracteres que ordenar un enjambre mental de cuatrocientas setenta palabras que multiplicadas por cincuenta y dos semanas suman veinticinco mil. Tantas y lo que me cuesta encontrar la adecuada, siempre escondida tras el botón de enviar. Las mezclo pero se me escurren. ​Es absurdo tirar de los recursos que uno aún no tiene. Aceptada limitación.

Cincuenta y dos columnas de altibajos, improvisación, momentos en blanco y falta de inspiración. Y gracias a esta rutina auto impuesta he comprendido y sufrido en primera persona lo complicado que es darle a la tecla. Ya no se trata de escoger un tema, que también, sino darle forma, hilarlo en tu cabeza, fijar conclusiones. Ponerle cimientos, paredes y acabar escogiendo la pintura adecuada. Y que después no distorsione en la cabeza del lector. Para que luego siempre, y por más que lo intente evitar, aparezca el tejado en primer lugar, acompañado de la chimenea o la veleta que lleva encima. Y claro, así es complicado elaborar. De arriba a abajo se nos caen las letras. No puedo imaginarme lo que sería esto de escribir antes de que existieran los ordenadores. Un empujón del tirón con una pluma, lápiz, bolígrafo o máquina de escribir. Arte en sí mismo.

He escrito usando el móvil o el teclado del ordenador, con música o en silencio, concentrado o estresado entre reuniones, sentado y tranquilo o de pie en la cola de embarque de un avión, incomunicado en un tren mirando al infinito o con la tablet en casa sentado en el sofá mientras mis hijos me dan espadazos en la cabeza. A veces me ha venido la inspiración corriendo y he parado a apuntar tres o cuatro ideas sobre las que construir la casa que cada semana ha sido mi columna. Ahora las releo y me avergüenzo, sin reconocerme, con algunas de ellas. Ya no sé si por el tema, la forma de abordarlo o la elección en concreto de conceptos y frases.

Hoy, en el Día de los Inocentes, parece una broma que me hayan permitido poner negro sobre blanco cincuenta y dos conceptos durante todo un año. Para siempre gracias. Un 2016 que, para mí, pasará a la historia como el inicio de una aventura. La aventura de escribir.

Vamos a por 2017. Feliz entrada.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 28 de Diciembre de 2016

Fecha original de publicación:28 diciembre, 2016 @ 06:41

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