Andalucian Crush

He querido dejar pasar un tiempo prudencial para escribir largo y tendido sobre el que posiblemente para mí sea el spot del año: el vídeo promocional de los responsables de turismo de nuestra comunidad vecina que lleva por nombre “Andalucian Crush” y que desde el primer fotograma destila aroma a obra maestra. Lo compartí en redes el día del estreno pero hoy, un mes después, toca desmenuzarlo para saborearlo aún mejor.

Para empezar, os invito a buscarlo y verlo un par de veces antes de seguir leyendo, con el volumen bien alto a ser posible, pues la música cobra especial protagonismo en esta acción, con la obra “Eternidad” de una conocida banda de cornetas y tambores sonando de fondo y deconstruyendo la pieza en esos minúsculos canapés visuales que convierten el spot en una advertencia (el propio locutor dice estas palabras), joya visual y musical, fusionando tópicos y modernidad con maestría, sin complejos y con mucho arte.

Andalucía siempre ha sabido sacar petróleo de su ya de por si amplia y variada oferta turística, pero hacerlo con esta calidad está al alcance de pocos, sin caer en manidos tópicos y sabiendo mirar hacia detrás y delante al mismo tiempo, usando para la construcción del relato argumental una mezcla perfecta de pasado y futuro, desde el inicio mismo en el que chocan dos asteroides con forma de ancestrales rostros humanos, hasta esos planos rompedores de todo el acervo cultural, del que viene cargada de serie, también hay que decirlo, esta región española. Pero el hecho de tenerlo no siempre va acompañado de saber valorarlo, o peor aún, de saber exportarlo o conservarlo, extremo que sin duda pone en más valía si cabe este pedazo de campaña cuyo gran valor es unir magistralmente la cultura andaluza con la rotura interior que te puede producir este stendhalazo.

Lola Flores, Pablo Picasso, Federico García Lorca, Leonard Cohen o Paco de Lucía, nos saludan desde el más allá, entrelazados con planos imposibles, golpes de instrumentos musicales, pisadas de caballos, polvo y detalles de universales monumentos y hasta fechas clave y tipografías traídas a la pantalla para prender el resto de acciones transmedia que con maestría dejarán en manos del público que ha viralizado el mensaje a través de sus redes sociales, por lo que varias generaciones entenderán el mensaje, al que pone la guinda el “gran” Tyrion Lannister (el inolvidable personaje enano de Juego de Tronos) mirándonos de frente a nosotros, los espectadores, verdaderos protagonistas del vídeo, pues nuestras sensaciones al verlo y sentirlo son las que se han encendido desde el comienzo.

Me pongo en la piel de los creadores y aplaudo fuerte cómo han debido trabajar en la sombra con el cliente, tiene toda la pinta de que han sabido dejarse espacio mutuo (y presupuesto) para conseguir esta épica pieza, que ahora es genial, pero mañana será inolvidable.

Todo envejece

De vez en cuando hago limpieza de contactos en mis redes sociales, voy bajando la lista de amigos y elimino a algunos con los que no he tenido relación virtual en mucho tiempo, como para dar más protagonismo a los nuevos que voy conociendo. Hoy lo he hecho en Twitter (perdón, X) y la sensación ha sido especialmente dolorosa al encontrarme a varias personas que murieron hace poco, gente con la que mantuve conversaciones, tanto en la vida real como digitalmente, y que ya no están con nosotros. ¿Les dejo de seguir? ¿Permitiré con ese gesto que se los lleve el olvido? Alguien decía que morimos sólo cuando nadie se acuerde de nosotros, cuando no estemos vivos en la memoria de ninguno. No he sabido qué hacer, fíjate qué tontería y qué superficialidad.

Vamos evolucionando, imagino, y las redes sociales no escapan a ello. Mucha inteligencia artificial y mucha tienda online pero lo que he sentido al ver a estos difuntos en mi pantalla ha sido exactamente la misma que he sentido otras veces al ver a compañeros fallecidos en alguna foto del colegio. Eso no ha cambiado, el dolor duele, venga de donde venga, y entonces me he dado cuenta de que todo envejece, la clave es la velocidad a la que esto sucede y por tanto te afecta. El truco es ir un poco más lento que lo de alrededor, si vas más rápido estás jodido.

No hace falta mantenerse joven porque sí, sino para ir siempre un punto rezagado de lo que te tocaría, para sentirse realmente en el lugar que te corresponde, controlando lo que por delante te viene, especialemente en estos días que hacen que uno se sienta viejo, donde cada vez cuesta más entender lo que nos rodea, y eso que se supone que conforme pasan los años todo debía ir encajando, pero mientras escribo suena de fondo “Lucha de gigantes” de Nacha Pop y Antonio Vega dice desde el más allá que siente su fragilidad por lo cerca que está de entrar en un mundo descomunal. Paradójico escuchar esto en el más acá casi cuarenta años más tarde. Se puede sentir algo de impotencia, está permitido. Entonces cambia la música y aparece, de repente, Elton John y su “I’m still standing”, se abren los cielos y qué demonios, no hace falta entender todo, sólo hace falta saborearlo, a veces sin mayor conocimiento, hacer lo que esté en nuestra mano para cambiar aquello en lo que creamos, dejar la mejor huella posible en este mundo y contagiar de todo lo positivo a los que aquí se queden cuando nosotros ya no estemos. Algo que siempre, siempre, es más que lo negativo que intentan algunos continuamente transmitirnos.


Publicado en La Verdad de Murcia
Noviembre 2023

El libro murciano está de fiesta

Cualquier persona que viva en mi ciudad ha pasado alguna vez por el paseo Alfonso X durante la Feria del Libro, esa preciosa calle de Murcia, más aún tras las obras que la convirtieron en peatonal, y ha disfrutado de una caminata entre sus casetas, oliendo a páginas, ojeando u hojeando el amplísimo material que a la mano del visitante, lector o curioso, pone a disposición este maravilloso evento cultural y literario.

Creo que no he fallado ningún año desde que tengo memoria y siempre volvía a casa de este tranquilo recorrido bajo los árboles con alguna compra. Recuerdo una vez que incluso, por total casualidad (o no, quién sabe) encontré el anacrónico cartel sobre urbanidad que leía esas mañanas del siglo pasado, recién despertado en casa de mis abuelos, con consejos sobre vestimenta, modales y educación. Otra vez compré todos los libros de Harry Potter de una tacada para mis hijos, una Historia Interminable manoseada que había perdido años atrás, o enciclopedias y atlas político-geográficos tan desfasados ya como tan interesantes.

Pero nunca había vivido la Feria del Libro desde dentro, y menos aún me había planteado la cantidad de duro trabajo en la sombra que realizan sus organizadores, con Jesús a la cabeza (y todo el resto del equipo), echando horas y más horas de esfuerzo, carreras y sudores… tratando con cientos de autores y actividades, pero siempre con esa sonrisa que solo aparece en la cara de alguien que disfruta con lo que hace, aunque la procesión vaya por dentro, o por fuera con muletas.

Como novato, ha sido una experiencia muy enriquecedora para mí, tanto en los actos en los que he tenido la suerte de presentar mi primer libro (Impulsa tu Marca, Universo de Letras – Planeta 2023), como especialmente en los momentos compartidos con autores murcianos a los que admiro y este mundo ha tenido a bien juntarme con ellos.

¡Qué suerte la mía por conocerles y poder leerles! ¡Y la de esta ciudad por haberles visto nacer!

Me llevo a casa su aprendizaje y también sus obras: José Daniel Espejo (Perro Fantasma), Pepe Pérez-Muelas (Homo Viator), Puebla (La Ventana Indiscreta), Dani Torregrosa (Química Asombrosa), José Manuel López Nicolás (Vamos a comprar mentiras) o Miguel Ángel Hernández (Anoxia), con los que también comparto páginas en La Verdad, curiosamente.

Escribir un libro es un trabajo muy duro, aunque por actos y personas como estas en el camino, ya ha merecido la pena.

Japón, tan lejos y tan cerca

Siempre he sentido cierta pasión por la cultura oriental, mi primer tatuaje (ya inexistente tras el correspondiente y doloroso borrado) era un hanzi de dudoso significado, he leído y visto libros y películas de esa parte del mundo con frecuencia e incluso aprobé primero y segundo de Chino en la Escuela Oficial de Idiomas, aunque tuve que dejármelo en tercero por una mezcla del aumento exponencial de la dificultad en ese curso y la falta de tiempo para estudiar y poder seguir las clases con solvencia conforme mi empresa iba creciendo.

Nunca me he quitado la idea de viajar a esa otra zona del planeta, tan lejana y a la vez, conforme se va globalizando esto a la velocidad del rayo, tan cerca. Por eso, tas un intento fallido en 2020 por culpa del Covid, vuelvo a la carga con una idea, loca quizá, pero en la que siempre he encontrado acompañantes: viajar a una gran urbe mundial y correr su maratón.

Ya fuimos en 2014 a Nueva York, con una carrera absolutamente sobrevalorada en mi opinión, quizá por el frío polar que nos tocó sufrir, porque era mi primera maratón o por las continuas subidas y bajadas que suman un considerable desnivel (crónica aquí). Repetimos en 2015 yendo a Berlín, un paseo por la pradera, temperatura ideal, aunque a cambio te toca entrenar las tiradas largas en el pleno verano murciano y eso es un verdadero suplicio, un recorrido precioso y circular, practicamente plano (crónica aquí).

La próxima parada es Tokio, en 2025, con tiempo suficiente para prepararnos física y económicamente, es un viaje caro pero claro, es que vamos a tirarnos 10 días conociendo Japón, su cultura, sus templos, sus míticas montañas como el Monte Fuji, moviéndonos en tren bala de una ciudad a otra (Tokio a Kioto), conociendo sus lagos, balnearios y seguro que comiendo el mejor sushi que nunca hayamos probado.

Para dar a conocer este nuevo periplo, presentamos por todo lo alto el propyecto hace unos días, y gracias a los patrocinadores y colaboradores, además de un gran descuento de grupo que nos ofrece la organización, viviremos de nuevo una aventura inolvidable.

A tiempo estás de unirte a nosotros.

¿Qué, te animas?


Toda la info aquí: “Maratón de Tokio 2025”

Londres, Murcia y nosotros

Han puesto en Murcia una noria que se parece al London Eye, a la que nos subimos justo la tarde antes de coger un avión hacia la capital británica desde el Aeropuerto de Corvera, en el que por cierto ha sido el primer vuelo que cojo desde allí y mira que no será por viajar poco.

Las vistas desde arriba del todo son impresionantes y permiten a uno percatarse de que nuestra capital murciana ha cambiado mucho, a mejor creo yo, en los últimos años, en diversos aspectos y a ver si no lo fastidiamos.

Londres también ha cambiado mucho, muchísimo, desde la última vez que lo visité (y van cuatro ya) hace 15 años, cuando mi mujer y yo éramos dos jóvenes solteros, siendo ahora un cuádruple pack con hijos adolescentes que han disfrutado de lo lindo con la ciudad inglesa, tanto o más que nosotros.

Desde arriba del todo de su otra noria nos hemos encontrado una urbe menos internacional quizás ahora (¿será cosa mía o es culpa del Brexit?) pero tan maravillosa como siempre, única en el mundo, capaz de haberle sacado un flamante y cegador brillo al Big Ben pero tener la misma mierda de siempre en las moquetas de los hoteles, una ciudad tan plagada de Lamborghinis como de gente sin hogar, un planeta en sí mismo, obsesivamente auténtico hasta el extremo del paroxismo.

Llegar a Victoria Station y patear Belgravia hasta el Buckingham Palace, cruzar el Green Park hacia Picadilly Circus, ver a Mary Poppins en Leicester Square, un Beefeater, música callejera en China Town, el Soho y un helado en Covent Garden mientras anochece.

Una caminata atravesando Trafalgar Square y su columna de Nelson (a un paso de otra preciosa, la de Cleopatra a la orilla del río), ver tan cerca y tan lejos el número 10 de Downing Street, la abadía de Westminster y las casas del Parlamento, un fish and chips en el South Bank, Saint Paul’s Cathedral, la City, los genios de la Tate Modern (allí tienes a Mondrian, Matisse, Lichtenstein o Warhol) y los continuos sustos al cruzar la calle.

Un paseo en bici por Hyde Park, el memorial de Lady Di, la Torre de Londres, el Tower Bridge, un crucero por el Támesis, un picnic en St James Park, el Museo de Historia Natural, Chelsea, Paddington, South Kensington, Notting Hill, Portobello y las pintas de cerveza a precio de litro de aceite de oliva.

Nosotros, como personas, también cambiamos y si el precioso panorama exterior avanza en armonía con lo que llevas dentro el asunto provocará sentirse orgulloso, más aún de uno mismo que de las ciudades en las que vive o visita, al fin y al cabo aparece aquí otra noria, que es nuestra vida, y a mi edad puedo considerar que estoy y veo todo desde justo arriba, comenzando a bajar, por eso es un orgullo poder viajar con tus hijos, enseñarles otras partes del globo, que se desenvuelvan cada vez mejor y en otros idiomas, porque si en nuestra vida hay un futuro ya es el suyo y aquí estaremos siempre que podamos para por un lado guiarles, al menos mientras ellos quieran y por otro lado acompañarles, aunque eso sí que va a ser para siempre.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
Septiembre 2023

Nota de prensa del libro: “Impulsa tu Marca”, de Nacho Tomás


NOTA DE PRENSA EDITORIAL:

¿Quieres saber cómo hacer propuestas irrechazables y ser el rey del mercado? Impulsa tu marca tiene la respuesta

Editorial Universo de Letras da el gran golpe con la publicación de un manual, firmado por Nacho Tomás (director de la agencia N7), que enseña cómo manejar el arte de la persuasión para lograr vender tu idea o negocio.

«La publicidad, nos guste o no, mueve el mundo, entender cómo ha evolucionado y funciona nos hará ser más conocedor del importante papel que tenemos como consumidores». Palabras sabias y certeras que vienen firmadas por el mejor gurú existente en el proceloso mundo de la publicidad y de la búsqueda del impacto adecuado en las mentes ajenas. Nos referimos a Nacho Tomás, el director de N7, la conocida agencia publicidad, comunicación y marketing online, que ha condensado toda su sapiencia acumulada de más de dos décadas de experiencia profesional en un volumen que únicamente puede catalogarse de memorable.

No son pocos los libros que prometen algo parecido, pero sucede que en este caso interviene un factor diferencial que es palpable desde el arranque de la obra: el lector dominará «herramientas para no dar vueltas en círculo comunicativamente alrededor de tu idea, tu negocio, tu proyecto o tu propuesta política, de modo que la próxima vez que te enfrentes a una campaña sepas cómo, para qué, dónde, cuándo y por qué». Conoceremos éxitos sonadísimos y fracasos estrepitosos. Y de todos extraeremos la lección adecuada.

Reconstruir la historia las marcas más populares de la actualidad, muchas de las cuales no existían hace una década, pone luz en una ciencia que va mucho más allá del retorno económico que se pueda obtener a raíz de una campaña concreta: el oficio de hacer brillar, de destacar sobre el resto para cristalizar en una venta requiere poseer una mirada larga, afilar la intuición y entender la condición humanaImpulsa tu marca es un libro de cabecera válido para los profesionales del sector, para los que aspiran a serlo… y para los que gustan de aprender y entender por qué unos productos o ideas producen impacto en el mercado y otros se los lleva el viento.

Probablemente, el adjetivo que mejor casa con este manual tan ameno y entretenido es el de inspirador. Su lectura nos lleva de la mano para imaginar multitud de posibilidades y saber cómo aplicar la metodología y experiencia que nos regala Nacho Tomás para llevar a cabo prognosis sólidas. Sus pautas suponen un excepcional ejercicio de síntesis, que reparte a lo largo de siete capítulos titulados de una manera magistral: solo un genio de la publicidad lo podría haber hecho con tanto tino.

Menú del día

Durante muchos años estuve yendo a comer al mismo lugar, un restaurante normalito del centro de Madrid, muy cerca de la oficina donde trabajaba. Era una rutina, sobre las dos de la tarde alguno de los compañeros lanzaba un “¿es que nadie tiene hambre?” o parecido y todos poníamos el diario punto y seguido a nuestra maratoniana jornada laboral. Allí no salíamos a almorzar a media mañana, normal por otra parte, pues tras la pausa para llenar el buche volvíamos al tajo hasta bien entrada la noche. Nunca pensé que un día sería la última comida, de hecho hoy me cuesta recordar el interior de aquel local y cuando he pasado por allí, veinte años después, intento mirar para otro lado. Misma suerte corrieron en mi cabeza los colegas de curro, que no volví a ver jamás.

Durante muchos años estuve saliendo de marcha los jueves, era nuestro día, tampoco es que perdonáramos los viernes o sábados, pero el jueves tenía un algo especial, al menos lo que duró la carrera y los primeros e insustanciales trabajos que me permitían llegar con el sueño justo cada último día laborable de la semana. Qué mágicos eran los jueves, leches. Y de repente dejé de salir. Sin despedidas ni paños calientes. Un día dejas de hacerlo y pum, es tu última vez.

No sé por qué estos dos ejemplos tontos son hoy los que más echo de menos, sin nada especial, no hay romanticismo ni nostalgia. Y los echo de menos sólamente ahora, no lo había pensado antes, nada que ver con los seres queridos que desaparecen y su ausencia duele desde el minuto uno, éstas son morriñas diferidas, superficiales, incluso estúpidas pero que duelen, diferente, pero duelen.

Ojalá pudiera mañana repetir ese menú del día tan rutinario entonces o esa salida de jueves universitario y adolescente solo por el simple placer de saber que serán las últimas veces y así despedirme de esos recuerdos de la misma manera, de puntillas y sin hacer ruido al cerrar esas puertas.

Camino de los 50 comienzo a ser consciente de que todos, poco a poco, iniciamos sutilmente el proceso de tontear con situaciones cotidianas (como ese menú diario o ese cubata de jueves) que serán las últimas sin ni tan siquiera darnos cuenta, margen de maniobra, sin un postrero disfrute o paladeo…

Puede ser este tu último viaje en avión, tu último sexo, la última vez que corras por la arena, la última riña con tu hijo adolescente, la última vez que visites esta ciudad que te sabes de memoria, el último paseo por la noche en la playa, el ultimo madrugón para ir a trabajar o la última vez que toques la guitarra en una sobremesa en familia… O la última vez que visites a tus abuelos en el cementerio, porque mañana serás tú el visitado y ese mañana, te guste o no, está a la vuelta de la esquina.

Me ha dado por pensar en estas cosas tras los muchos y duros meses de trabajo escribiendo mi primer libro (y jurándome que será también el último por el currazo que lleva un proyecto así), en estas emociones entendidas desde el lado optimista, ya me conocéis, como una manera de seguir disfrutando, aún más si cabe, todos los pequeños placeres que la vida nos da y a veces nos empeñamos en no querer ver.