Una de las mejores cosas de Twitter es que puedes mantener conversaciones de calidad. En Facebook también las he tenido, sigo siendo heavy user de la red social de Mark Zuckerberg, pero hoy hablaré del pajarito. Estos contactos de calidad suelen producirse por tres causas. 1) Lees un tuit de alguien al que sigues. 2) Alguien que te sigue te lee a tí. 3) Alguien de tu TL o el suyo hace un RT y te llega, en una especie de rebote. Normalmente las discusiones tratan sobre temas en los que uno está más al día, tiene más conocimiento o, simplemente, te interesan más o te sientes más cómodo. O incluso a veces no tanto, pero es bueno aprender. Al igual que yo aprendo de casi todos a los que sigo, de mí aprenden otros tantos de los que me siguen. Bien.
El tema se torna curioso cuando, tras varias de estas interacciones con algunas personas, caes en la cuenta de que no les sigues o no te siguen. Tampoco es algo que me quite el sueño pero, por lo menos yo, sigo a casi todas las cuentas que han hablado conmigo y me han aportado algo. Ya tengan uno o cien mil followers. No sigo porque me sigan, sino por afinidad. Es una forma de respeto digital, de cortesía 2.o. Cierto es que a veces Twitter falla y realiza los famosos unfollows automáticos, por eso, de vez en cuando, reviso la lista de seguidores, por lo menos cuando vuelvo a cruzarme con esas cuentas y compruebo que, quizá por azar, ya no las seguía. Lo soluciono y a volar (nunca mejor dicho).
El colmo de los colmos se produce en los eventos (de cualquier tipo) en los que conoces a montones de interesantísimas personas (y otras tantas no tanto). Por supuesto que es normal que no puedas interactuar con todos pero, incluso en las ponencias más multitudinarias que he vivido (actuando de oyente o de ponente) intento conectar con todas y cada uno de las personas con las que hablo y me parecen interesantes. Y más si se trata de hablar en persona, de darse la mano. De mirarse a los ojos. Será que soy buenísimo para las caras. Nunca las olvido. Para mí es una auto-imposición intentar no olvidar nombres y, en la era digital, con miles de apoyos para esto a nuestro alcance, una de las mejores opciones es preguntarle si tiene cuenta en Twitter y seguirle ipsofacto.
Lo que me impulsó a escribir este post fue leer el tuit en el que un chico se jactaba de no seguirme. Alguien con quien llevaba tiempo hablando por Twitter, y llegué a conocer en persona en una charla en la que intercambiamos impresiones aún por encima de su extraña timidez. Sus motivos tendrá, no lo dudo. Pero vamos, creo que era un comentario «ahorrable» por su parte. Y más después de una falsa actuación estelar en persona.
Resumiendo, escribo este post cansado de encontrarme con divos de postal virtual que no mantienen el tipo ni las formas en persona y que expresan sus complejos frente a una simple pantalla de ordenador, o smartphone. Más smart que sus propios dueños.