Verlo fácil

Tengo especial debilidad por un tipo concreto de personas, esa raza superior de humanos que, como ocultos superhéroes, nos rodea en silencio haciendo más fácil la vida a los demás sin que siempre nos percatemos. Por eso, hoy, esto va por ellos. Los que lo ven fácil.
Por capacidades diferentes afortunadamente todos entendemos ya que la diversidad nos enriquece en multitud de ámbitos, en amplitud de valías, al fin y al cabo esta gente de la que hablo son eso, portadores de otros dones con los que allanan el camino al resto de la humanidad.

Los tienes en tu familia, en tu grupo de amigos o en el trabajo y, con la misma facilidad que si fueran dirigidos por el entrenador del equipo deportivo, saben lo que tienen que hacer al dedillo, qué carencias suplir, qué papel desempeñar, cuando dejarse ver y cuando ocultarse. Aceptan humildemente y sin hacer mucho ruido sus tareas, pero es que además las saborean, porque no se las ha encargado nadie, ellos las quieren, las buscan y las disfrutan.
Entre un batallón de incapaces, ellos ven fácil lo difícil, hacen fluido lo que para otros es absoluta dificultad, escalan esas montañas con total sencillez. Sherpas, pastores, guías. No atrancan, que también se dice así en algún pueblo. Y la gran mayoría de las veces, con una sonrisa en la cara.

Podemos llamarles también facilitadores, cubren nuestras inseguridades y explotan así nuestras virtudes: la enfermera del centro de salud que con dulzura hace añicos la tensión del que llega totalmente alterado, el primo que siempre hace la paella, el amigo que organiza la compra y luego ya haremos cuentas, el colega que siempre ayuda en las mudanzas, la que está dispuesta a echarse una pachanga cuando sea, el que paga la primera ronda sin pedir nada a cambio, el cuñado que friega los platos mientras te invita a descansar un poco tras la comida familiar, sabe qué café tomas y de paso te lo trae mientras abres el ojo recién despertado de una reparadora micro siesta, la que goza del viaje de colegas hasta el último minuto, ese compañero de trabajo que siempre está ahí para echarte una mano anteponiendo el bien común al objetivo personal, el que hace las fotos de grupo y no sale en ninguna, la que gestiona las cenas de navidad y en la que todos confiamos a ojos cerrados, el que disfruta jugando con los sobrinos, la que va a tu casa con las pinzas para arreglar la batería de tu coche, el que te cambia la rueda pinchada de la bici o te manda ese Whatsapp de ánimo cuando todo se oscurece.

Todos somos también una de estas personas, al menos de vez en cuando, para los que nos rodean. Solo tienes que analizar un poco tu última semana y localizar eso que para ti es una migaja pero a otros les amarga la vida. Aunque ojo, si necesitas mucho tiempo en encontrar alguna faceta en la que tú actúes de esta forma, ponte rápido manos a la obra. Es gratis y no tiene precio.

Nota de prensa del libro: “Impulsa tu Marca”, de Nacho Tomás


NOTA DE PRENSA EDITORIAL:

¿Quieres saber cómo hacer propuestas irrechazables y ser el rey del mercado? Impulsa tu marca tiene la respuesta

Editorial Universo de Letras da el gran golpe con la publicación de un manual, firmado por Nacho Tomás (director de la agencia N7), que enseña cómo manejar el arte de la persuasión para lograr vender tu idea o negocio.

«La publicidad, nos guste o no, mueve el mundo, entender cómo ha evolucionado y funciona nos hará ser más conocedor del importante papel que tenemos como consumidores». Palabras sabias y certeras que vienen firmadas por el mejor gurú existente en el proceloso mundo de la publicidad y de la búsqueda del impacto adecuado en las mentes ajenas. Nos referimos a Nacho Tomás, el director de N7, la conocida agencia publicidad, comunicación y marketing online, que ha condensado toda su sapiencia acumulada de más de dos décadas de experiencia profesional en un volumen que únicamente puede catalogarse de memorable.

No son pocos los libros que prometen algo parecido, pero sucede que en este caso interviene un factor diferencial que es palpable desde el arranque de la obra: el lector dominará «herramientas para no dar vueltas en círculo comunicativamente alrededor de tu idea, tu negocio, tu proyecto o tu propuesta política, de modo que la próxima vez que te enfrentes a una campaña sepas cómo, para qué, dónde, cuándo y por qué». Conoceremos éxitos sonadísimos y fracasos estrepitosos. Y de todos extraeremos la lección adecuada.

Reconstruir la historia las marcas más populares de la actualidad, muchas de las cuales no existían hace una década, pone luz en una ciencia que va mucho más allá del retorno económico que se pueda obtener a raíz de una campaña concreta: el oficio de hacer brillar, de destacar sobre el resto para cristalizar en una venta requiere poseer una mirada larga, afilar la intuición y entender la condición humanaImpulsa tu marca es un libro de cabecera válido para los profesionales del sector, para los que aspiran a serlo… y para los que gustan de aprender y entender por qué unos productos o ideas producen impacto en el mercado y otros se los lleva el viento.

Probablemente, el adjetivo que mejor casa con este manual tan ameno y entretenido es el de inspirador. Su lectura nos lleva de la mano para imaginar multitud de posibilidades y saber cómo aplicar la metodología y experiencia que nos regala Nacho Tomás para llevar a cabo prognosis sólidas. Sus pautas suponen un excepcional ejercicio de síntesis, que reparte a lo largo de siete capítulos titulados de una manera magistral: solo un genio de la publicidad lo podría haber hecho con tanto tino.

Decisiones espejismo

Suelen aparecer en estas fechas instantes proclives a que uno se sienta algo así como en deuda consigo mismo, como si por arte de magia cobrasen especial peso justo ahora algunas de las normalidades que nos rodean, pero pasan desapercibidas en otros momentos del año. Como si fuera obligatorio pararse a pensar con ahínco, sentarse a valorar con más razones, poner en una balanza lo bueno y lo malo, lo que querrías mantener o eliminar, obligándote, erróneamente con mucha probabilidad, a tomar una decisión que sólo pueda ser maravillosa. Como si eso fuera fácil. Como si las musas estuvieran sólo de guardia ahora.

Intuyo que precisamente esta deriva, habitualmente empujada por los cortos días que de pronto nos golpean entre Nochebuena y Nochevieja, produce justo lo contrario: una necesidad de limpiar algo que puede no estar sucio, provocando irresponsables, e innecesarios por otra parte, actos y decisiones que, disfrazadas de valentía, no llegan vivos a la primera semana del próximo año. Y encima frustran.

Nacer muerto es un problema y cuando la idea se gesta malforme no solo aturulla al que la ha parido, sino a los que la esperaban con ramos de flores y globos de colores. La lista de propósitos de fin de año es el gran ejemplo anual pero tú sigues fumando, bebiendo, perdiendo el tiempo en Instagram, sin llamar a tu ex primo preferido, pagando todavía la cuota del gimnasio y sin ponerte las zapatillas de deporte más que para sacar al perro.

En el desierto le ponen nombre claro y son reconocibles desde la distancia, te engañan y te fuerzan a seguir un camino con destino muy distinto al que crees estar enfocando tus pasos, formando parte de esa ilusoria fuerza de grupo que proporciona el rebaño. En el desierto les llaman espejismos.

Y eso son las decisiones que nos proponemos, henchidos de falsa felicidad, tomar en esta época del año solo por estar en esta época del año, no por su importancia o relevancia en tu vida hoy. Son espejismos que cuando el sol va bajando desaparecen.

Por eso, en este Día de los Inocentes y tras escribir a mano todo lo anterior, le he preguntado al ChatGPT sobre su lista de propósitos de año nuevo (la inteligencia artificial que está revolucionando el sector) y esto es lo que me ha respondido de manera literal: Ejercitarse regularmente, comer de manera más saludable, ahorrar dinero, reducir el estrés, mejorar relaciones, aprender algo nuevo, enfocarse en el trabajo, viajar más, ahorrar tiempo y ahorrar energía.

Así que creo que la única buena decisión a tomar hoy será apagar el ordenador y salir a dar una vuelta, que quizá al volver haya tomado alguna otra.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Publicado en La Verdad de Murcia
Diciembre 2022

Corazón tan blanco

Estuvo observándome desde la estantería de la casa de mis abuelos durante años el famoso libro de Javier Marías que da título también a este artículo. Nos mirábamos con ganas, las que nos teníamos mutuamente, porque ambos sabíamos que estábamos hechos el uno para el otro. Pero nuestro momento no había llegado aún. Fueron dos las veces que lo comencé, convencido de que me gustaría, de que lo devoraría. Pero no, no saltó la chispa y lo fui dejando ahí, en esa estantería por la que a menudo pasaba y de reojo al andar camino de la cocina, o el baño, o el comedor le echaba una mirada furtiva mientras me decía a mí mismo que ya se unirían algún día nuestros caminos.

Así pasó el tiempo, mucho, hasta que hace unas semanas su autor murió. Sí, soy de esos tontos que salen raudos a leer, o ver, o escuchar los libros, las películas o los discos de los artistas que mueren. Necro-lector, como dice mi buen amigo Gregorio, que además meto primeras de la lista estas obras, por mucho tapón que tenga, que suelo tenerlo y bien grande, de lecturas, escuchas o visionados pendientes.

Leer “Corazón tan blanco” es una experiencia intensa, penetrante. Es una curiosa sensación de no pasar nada pero vivirlo todo, de ir hilando reflexiones suyas y tuyas al son de un mismo baile, como si el lector y el escritor se intercambiaran papeles continuamente, como un gran y único momento de catarsis de sentidos agrupados en la descripción de un instante, de un momento o de un personaje. En este libro puedes deleitarte veinte páginas en las ideas que pasan por la cabeza del protagonista a mitad de una conversación con su padre, o en la inmensa profundidad de un pensamiento que puede ser raudo en tu mente, pero interminable cuando intentas describirlo.

Por momentos he pensado que era un libro para que nadie leyera, era un libro para él o directamente pensado para otros escritores, lo cual puede ser un error, trasladándolo a mi trabajo, se parece a esos diseños gráficos que a veces parecen solo gustar a otros diseñadores, fallo habitual e importante de la campaña que se esté transmitiendo y que el público no entenderá. Diseños para diseñadores, fotos para fotógrafos, libros para escritores. Algo que en el mundillo se critica bastante porque la endogamia se eterniza, perdiendo el foco del objetivo. Como esos premios que solo interesan al jurado o los participantes.

Pues sí, será un fallo, pero una de dos, o lo que cuenta Javier Marías en su “Corazón tan blanco” me afectó en tal ímpetu por verme identificado en ciertos pasajes o porque me gusta tanto escribir que la envidia de ver cómo él maneja las palabras me hizo devorarlo y disfrutarlo como hace mucho no me pasaba con una lectura, y menos con una novela. Aunque en el fondo, que lluevan las críticas, este libro no es una novela sino un gran exponente de lo que ahora se llama “autoficción”, me aventuro a opinar, porque no es posible trazar así, sentir así, devanarse los sesos literarios así si no eres tú el que has vivido lo que cuentas, al menos en parte. O te lo han contado tan de cerca y de manera tan blanca que ya pintas tú el relato desnudo, vistiéndolo de sílabas.

Sea lo que sea este libro (esta joya literaria, esta narrativa descomunal) los grandes momentos de disfrute que he pasado degustándolo han sido para, desde la distancia y con retraso (ahí van mis disculpas), lanzarme clamorosamente a recomendártelo, a que te sumerjas en un océano de palabras, de frases, de descripciones y pensamientos que, a poco que sientas un séptimo de lo que yo sentí, te harán mejor lector y, por ende, mejor persona.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
Noviembre 2022

Hielo en Murcia

Poca gente conoce esta curiosa historia que sucedió en Murcia hace un siglo y que mezcla la pasión de un aventurero, el empuje de unas familias y la mayor crisis económica de la historia… ¡Vais a flipar!

En 1927 un jovencísimo Alberto Ruiz, natural de Yecla, viajó a Estados Unidos en un barco pesquero, enrolado como marinero. Obligado por su padre, pobre de solemnidad, pues huía de un más que probable ajuste de cuentas por unas deudas de juego.

Dicen que llegó habiendo perdido un dedo, a saber si por un accidente laboral o por otra apuesta a bordo, y los azares del destino le llevaron dando tumbos de acá para allá, buscándose la vida peor que bien la mayoría de las veces. Nadie sabe a ciencia cierta cómo acabó en Canadá, donde en medio de un durísimo invierno quedó totalmente fascinado con un juego que nunca había visto en su vida y que cambiaría el rumbo de muchas historias: El hockey sobre hielo.

Los canadienses eran los mejores por aquel entonces en un deporte que comenzaba a hacerse medio conocido en el mundo tras el exito cosechado en los Juegos Olímpicos de Chamonix en 1924 donde, curiosamente, los padres de Alberto se habían conocido catorce años antes. Él era conductor de autobús, contratado por una bodega y ella, Aurora Alcaraz, de Hellín, estaba de vendimia en la ciudad francesa. Flechazo, viaje de vuelta juntos y no es necesario que contemos mucho más: un precioso hijito.

En esta foto, junto a sus cuñados y el vástago protagonista de esta historia. Ojo, que no hay muchas más instantáneas de todos ellos juntos.

Alberto, buscavidas de nacimiento (además de murciano), consiguió convencer a la federación canadiense de que vinieran a España a demostrar sus habilidades y de paso él ganarse unos cuartos. Era una época radiante en todo el mundo, ideas locas welcome.

Pero claro, no había tenido en cuenta (o sí) lo complicado que es ver hielo en su fresco estado por debajo de algunas latitudes. Por cierto, esta es la única foto que existe de Alberto en una pista de hockey…

…porque lo que realmente gustaba a su familia materna no era el hockey sino el tenis, no obstante el chaval de El Palmar que estos días está revolucionando el mundo de la raqueta es descendiente de Aurora, cuyos hermanos trabajaron toda su vida en el Club de Tenis de su pueblo.

Para semejante proeza de mover a tanta gente había que tener mucho dinero y aquí es donde se pone interesante la cosa. Alberto convenció, tras un viaje relámpago de vuelta a España (para la época eran dos meses de ida y vuelta) a un grupo de empresarios cuyos nombres quizá os suenen. Son todos ellos dueños de empresas que aún hoy, cien años después, siguen funcionando a pleno rendimiento en Murcia. No voy a hacerles publicidad, pero no me digáis que no son reconocibles.

En aquella reunión, celebrada en la pecera del Casino, dicen que Alberto les aseguró que el equipo canadiense vendría de gira por todo el país si se preparaban a conciencia para ello, pistas de hielo incluídas.

Y se les pagaba, claro. Para lo cual, problema principal, deberían aprovechar el invierno, pues a principios del siglo pasado, mantener el hielo sin derretirse no era tarea fácil. Tendría que ser en pleno invierno.

La idea era sencilla, montar una gira de partidos de exhibición en los que el público quedara maravillado viendo a estos súper atletas, de casi dos metros de altura, patinando grácilmente sobre hielo al tiempo que metían goles en unas minúsculas porterías.

Alberto consiguió embarcar a cinco personajes canadienses que tenían negocios en España para ayudar en la intendencia. Tenían dinero e intereses, enamorados a distancia de nuestras costumbres, tradiciones y folklore, según le contaron.

Cinco hombres que todavía hoy nos suenan a todos y que nunca volvieron a cruzar el Atlántico de vuelta, pues formaron sus familias en nuestro país, siendo además, fundadores de algunas de las más famosas tradiciones murcianas: Sí, el Bando de la Huerta de Murcia, la Fiesta de la Vendimia de Jumilla, los Caballos del Vino de Caravaca, el Carnaval de Águilas y los desfiles bíblico-pasionales de la Semana Santa de Lorca provienen de Canadá. ¿Cómo te quedas?

Ojo entonces a lo que debemos a Alberto, no sólo traer la primera gira de hockey sobre hielo a España, sino además ser el germen de cinco grandes pilares de la sociedad y cultura murciana.

Pero sigamos a lo nuestro: con el dinero de todos los implicados bajo el brazo, el proyecto fue tomando forma en meses de arduo trabajo, hasta que tras el verano de dos años después, todo estaba finalmente preparado. A punto para el viaje desde América dirección a Europa, las sedes estaban acordadas, los jugadores motivados, los políticos deseosos y los empresarios ilusionados. Y por encima de todo, Alberto, muerto de miedo a la par que emocionado.

El barco, pagado por adelantado junto al caché de los deportistas, cargado hasta los topes de jugadores canadienses, empresarios con futuro y mucha ilusión por hacer un negocio que sacara de la pobreza a Alberto, estaba atracado a la espera de zarpar en el muelle de Chelsea.

Todo preparado, hasta que el jueves 24 de octubre de 1929, el día de antes de la partida prevista, la bolsa de Nueva York se desploma, arrastrando por el camino no sólo la idea de Alberto, sino el dinero de los empresarios murcianos y las ilusiones de los canadienses.

El crac del 29 truncó vidas y economía, provocando la Gran Depresión que muchos años después todavía colebaba a ambos lados del océano y más de un hijo tuvo que mendigar trabajo para sus padres. Perdido el dinero, Alberto volvió a Murcia de polizón muchos años después, en un momento complejo en España, donde tras pasarlas de nuevo canutas, formó una familia que sigue creciendo a día de hoy.

En el Malecón, cerca de la actual autovía en lo que se conocía como Huerto de los Cipreses, todavía se conserva una placa conmemorativa justo en el lugar en el que se comenzó a construir la pista de hielo murciana. Nunca sabremos si se habría podido jugar alguna vez un partido de hockey sobre hielo en nuestra tierra. Por ganas e ilusión no sería, desde luego.

¿Y sabes qué? El día previsto para el partido en Murcia era el jueves 7 de Noviembre de 1929…. Aún guardo la hoja de aquel calendario.

Y de ahí surge el nombre de mi empresa. Sí, N7 surgió un honor a una persona muy querida por mi, ya que si sé todo esto es porque Alberto era… ¡MI ABUELO!

Y esta historia ha sido parte de mi vida, contada en persona a trocitos durante muchos años en las noches de verano…

Una historia, además, completamenta falsa, porque acabo de inventármela ahora mismo, pensando en algo fresco en esta tórrida tarde murciana.

FIN

Una ducha y dos móviles

Hay pocas cosas más injustas en la vida que escuchar el teléfono mientras te estás duchando. Y en invierno más. Ponedlo en silencio siempre si no queréis que os pase lo que a mí…

El agua cae suavemente sobre mis hombros y dedico unos segundos a relajarme, pensar un poco y entrar en calor tras haber salido a correr en esta gélida madrugada. De repente, me parece sentir algo en la distancia. ¡El móvil!

No te pongas nervioso, me digo a mí mismo deseando que la llamada esté acabando, la he escuchado de milagro mientras me enjabono la cabeza. Luego miraré quién es. La voz de mi interior intenta convencerme de que ni caso, de que deje caer las gotas y haga tapón en mis oídos. Relájate. Siente el calorcito. Es tu momento de desconexión.

Pero nada, que no, sigue sonando, sonando y, mientras pienso por qué tengo desactivado el contestador automático, salgo a toda prisa de la ducha toalla en ristre.

Quién llamará a estas horas, farfullo internamente, mojo el pasillo y antes de secarme las manos atropelladamente intento alcanzar el botón de descolgar cuando se escurre entre mis dedos con tan mala suerte que cae totalmente plano al suelo, partiéndose el cristal en mil pedazos.

– ¡Joder! – grito inconscientemente

Espero no despertar a mi hermano que está durmiendo en la habitación de al lado y se ha tirado 12 horas seguidas currando. Trabaja por turnos y le llevan loco al pobre. Al menos tiene un sueldo.

Vivimos juntos desde que nos independizamos de nuestros padres hace tan solo unos meses. A ver si le convenzo para hacer algo de deporte. Yo entreno a diario, él se está dejando cada día más. Mal asunto.

Por el rabillo del ojo, y justo mientras el teléfono volaba desde mis temblorosas manos hacia abajo, me pareció ver que la llamada era de alguien que no tenía grabado. Intento encender de nuevo el móvil pero no responde. Solo un ruido raro y pantalla en negro.

Qué rabia me dan estás cosas, ¿quién sería? Ahora tendré que buscar un móvil nuevo y a saber cuándo me enteraré, si es que me entero. Voy a estar varios días preocupado. ¿Y si era de alguna de las ofertas de trabajo a las que me he apuntado?

Medio en pelotas y blasfemando en voz baja me dirijo de vuelta al baño cuando resbalo con el jabón del pasillo y caigo de bruces, no sin antes partirme la ceja contra el lavabo.

El suelo es ahora una mezcla de sangre roja y pompas azuladas, intento abrir los ojos pero me mareo y creo que pierdo el conocimiento.

Vuelvo poco a poco a la conciencia. Estoy sentado en la sala de espera de un hospital, rodeado de gente que no conozco de nada. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Cuánto tiempo ha pasado? Siento escalofríos.

Me hago mil preguntas mentales hasta que la megafonía me da un tortazo de realidad, pronunciando mi nombre e indicando que pase a triaje. Entro en el box algo desorientado y sorprendido de que alguien me siga.

– ¿Qué le pasa? – dice la doctora que me atiende – Está usted un poco pálido.

Qué me va a pasar si tengo la cabeza llena de sangre, pienso yo. Y encima ahora atienden en urgencias de dos en dos, parece ser.

Voy a comenzar a quejarme de la situación cuando de repente oigo:

– Seguro que le ha dado un golpe de calor – dice el hombre que ha entrado conmigo – le ha pasado ya otras veces. Normal en este día infernal de verano.

¿Qué? ¿Quién es este tío? Intento hablar pero no me salen las palabras de la boca.

– Debería acompañarle a su casa – dice la doctora – que beba bastante agua y se dé una ducha fresca, los cuarenta grados de la calle no son precisamente buenos ahora mismo.

– Mal asunto – continúa el hombre – tengo que volver al trabajo, creo que mi compañero tiene un hermano. A ver si encuentro su número…

Llama y pone el manos libres para que todos lo oigamos. Un pitido. Otro pitido. Tercer pitido. No lo coge nadie. Cuarto pitido. Suena un clic seguido de un golpetazo considerable y un “¡Joder!”

– Hola, me escucha alguien? – pregunta el hombre, con el silencio por respuesta

Me están dando ganas de vomitar, necesito ir al baño. Me levanto de la silla aturdido buscando la puerta de salida. En el espejo me miro de reojo y no hay rastro de sangre. La ceja está perfecta y estoy vestido con un mono de trabajo naranja. No entiendo nada.

Vuelvo a entrar al box decidido a preguntar qué está pasando aquí cuando escucho en voz baja…

– Es un chico un poco raro, doctora, no da problemas en el trabajo pero tampoco se relaciona mucho. Creo que su hermano es igual de especial. Seguro que no ha cogido el teléfono porque siempre está haciendo deporte. A ver si se le pega algo a este.

Totalmente desconcertado meto la mano al bolsillo y veo mi teléfono, intacto. Hay un mensaje de mi hermano:

– Tío, deja de hacer ruido en la ducha. Necesito descansar. Mañana salgo a correr contigo.

Peajes, prejuicios y recompensas

Pasar de un lado a otro suele tener un precio y en el continuo movimiento que supone nuestra vida pocas cosas realizamos más veces que precisamente esa, andar saltando de acá para allá sin poner, como la sabiduría popular se encarga de recordarnos, el huevo en ninguna parte.

No pensarías que iba a salirnos gratis.

Hay ríos que separan ciudades, valles que separan montañas, autopistas que separan capitales, mares que separan países o túneles que separan continentes. Y al tiempo los unen, los acercan y, con su correspondiente peaje, algo nos cuestan. Pero los lugares no solo son geográficos o políticos, las zonas mentales también tienen bordes, en muchas ocasiones más profundos que los físicos y, del mismo modo, cada vez que cruzamos una de estas fronteras algo nos dejamos atrás.

Pienso en esto mientras pasa de nuevo por mis manos un libro que en su momento no quise leer (adolescencia fronteriza) tras haber echado una prejuiciada ojeada a la biografía del autor. El peaje mental que ahora he pagado me permite disfrutar sin manías una joya que no estaba hecha para mi yo anterior. Me ha sucedido esto mismo con textos, con canciones y con películas, por el lado físico. Pero también me ha pasado con personas, clientes e incluso familiares por el lado místico.

La ilusoria y ficticia sensación de estar a salvo en tu país mental. Ese sentirte libre cuando más atado estás, solucionado de un plumazo con el peaje como precio para superar limitaciones interiores, como liberación y apertura de otros mundos, de otras realidades y nuevas conexiones.

¿Pero y ahora que podemos estar en varios lugares al mismo tiempo? ¿Qué pasa con los límites? ¿Qué pasa con los peajes? ¿Sigue habiendo fronteras? Quizá más intensas que nunca, más difíciles de cruzar que antes, pero por tanto más satisfactorio su pago, más gratificante su recompensa y más pacificador el traslado.

Moverte libremente, como paradigma de una sociedad que nos tiene atados (con nuestro consentimiento, todo sea dicho), tiene un precio. Y lo vas a pagar de un modo u otro. Más vale que vayamos haciéndonos a la idea. Quizá sea el momento de ahorrar, el coste es ridículo y la recompensa enorme: viajar lejos, mental y físicamente.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
14 de octubre de 2020