Corría 1995 cuando en una tórrida tarde de verano murciano recibí las notas de selectividad. Tras cuatro de los mejores años de mi vida en el instituto Alfonso X El Sabio la media no alcanzó para una ingeniería y, teniendo claro que estudiaría una carrera universitaria, tuve que decidirme entre las que no ofrecían resistencia a la entrada: Derecho o Económicas. Parece que fue ayer cuando rellenaba el papel con el orden elegido, unas casillas que marcarían no solo el próximo periplo docente sino también, quién iba a saberlo ahí, el futuro laboral, profesional y hasta familiar que la vida tenía preparado para este que escribe. Siendo sincero, no es…