El precio de la genialidad

Parece claro que no hay una pauta para localizar a alguien a punto de fundírsele los plomos mentales, todos podemos ante o después ser víctimas de una pérdida irreparable de las capacidades intelectuales aunque espero, pues pienso en ello mucho, que no sea de un día para otro. Sin haber un patrón, sí creo que la genialidad extrema es poco amiga de la cordura, o quizá sea la obsesión por la perfección que conduce a la erudición un camino que te condena en su búsqueda.

El cine, como siempre, aderezando con maestría lo que fue o pudo ser, nos trae varios ejemplos de lo que intento explicar. Ayer (re)vimos Amadeus en familia y todo se desencadenó en mi cabeza, metiendo en la coctelera las vidas no sólo de Mozart o Beethoven (Amor Inmortal) sino de Nina y Andrew, los protagonistas de Cisne Negro y Whiplash, bailarina y batería, respectivamente. Los cuatro enormes genios y enormes trastornados, cada uno en lo suyo, salvando las distancias y permitiéndoseme las licencias que este espacio me da.

Entiendo que cuando cualquier sana prioridad se deforma al extremo que muestran estas cuatro obras maestras, la bola de nieve acaba siendo tan grande que se convierte en imparable, sacrificando familia y salud, arrasando por el camino amistades, riqueza y, paradójicamente muchas veces, la propia genialidad que, con suerte, volverá en forma de fama siglos después. El precio a la locura lo paga la chispa, el ingenio o, como decía Antonio Salieri en Amadeus, la capacidad de hablar con la voz de Dios.

Por cierto, los dos actores principales de Amadeus, Tom Hulce (Mozart) y F. Murray Abraham (Salieri) compitieron al Óscar al mejor actor en la misma película, algo que sólo ha pasado otra vez en los últimos treinta años, con Geena Davis y Susan Sarandon en “Thelma y Louis”, aunque las dos chicas se quedaron a dos velas frente a Jodie Foster con “El silencio de los corderos”.

Qué geniales también los que dirigen estas delicias, Milos Forman, Bernard Rose, Darren Aronofsky y Damien Chazelle, apuesto a que pagaron un alto coste personal y emocional en el intento, como el mío que me acabo de enterar de que uno de ellos fue el culpable del legendario videoclip “Smalltown Boy” de “Bronski Beat”.

Qué genialidad, al final todo está siempre conectado y sólo es cuestión de priorizar.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia

11 de noviembre de 2020