Siempre me pasa lo mismo cuando escribo de política. Me tiro días dándole vueltas a un argumento en forma de pensamiento, a cómo plasmar expresando con palabras lo que tan fácilmente surge y se expande en el cerebro. Construyo en mi cabeza una tesis aparentemente tan sólida como las catedrales, visualizo el certero título, pongo cara a los líderes del país que se presentan a las elecciones de este domingo y me lanzo al teclado tras tragarme los “fantásticos” debates televisivos, con todas las acepciones posibles del adjetivo. Entonces me da la pereza extrema de haceros perder solo un minuto de vuestro valioso tiempo leyendo esta columna. Pero hoy, visto…