India, mucho más que un país

Pocas palabras tienen tanto peso en el imaginario colectivo como “India”. Al menos pocas transmiten sin más apellidos un concepto tan amplio y variado como concreto y decisivo. Un fin, una meta, un propósito, un destino. India no defrauda, superando cualquier expectativa que hayas podido montarte en la cabeza, pero al mismo tiempo (también sin sorprender a nadie) no es un país para todo el mundo, ni mucho menos: un torbellino que golpea los sentidos y reta cualquier esquema preconcebido.

Acabo de volver a casa con una de las resacas emocionales más grandes de mi vida, una semana de viaje por motivos empresariales para intentar entender mejor un mercado que crece con el mismo vértigo que sus ciudades. Y como siempre en mi caso conjugo trabajo y placer: perderme entre su gente, sus rincones y sus historias.

Bombay y Nueva Delhi fueron las dos caras de mi viaje, ejemplos perfectos de los contrastes de este país donde una reunión en un moderno rascacielos puede tener como telón de fondo el barrio de chabolas más grande del mundo: continuo choque entre lo nuevo y lo antiguo, entre la riqueza desbordante y la miseria más absoluta, entre un místico que escasamente se alimenta y habita en la puerta de un templo, justo al lado de un chaval enganchado a su teléfono móvil, formando un caos abrumador que golpea sin piedad ni descanso. Edificios gubernamentales compartiendo espacio con mercados caóticos rodeados de basura por todos lados y cientos de monos salvajes, donde los fortísimos olores de todo tipo y el sonido de cláxones se mezclan hipnóticamente, todo ello envuelto e impregnado de la mayor contaminación acústica y atmosférica del planeta.

Desde el punto de vista empresarial, la India es una lección de agilidad, con una clase media que comienza a hacerse hueco, un comienzo de cambio político y donde todo se mueve rápido, pero nunca de forma lineal o habitual para nuestros estándares del mundo occidental. Las reuniones pueden empezar tarde o muy tarde, pero cuando arrancan el nivel de compromiso y creatividad compensa cualquier retraso. Agilidad de agenda y tranquilidad de trato, encuentros largos y relajados, hablando de lo divino y de lo humano, de la familia y de los negocios, pero todo a su tiempo, todo en su momento: la flexibilidad no es solo una habilidad deseable, sino una necesidad en un entorno donde las reglas se redibujan constantemente. India se dirige a su lugar en el mundo, ya veremos cuándo y cómo lo alcanza.

Objetivos cumplidos a nivel negocio, pero más “beneficio” saqué de otras fuentes, pues fuera de las rutas “oficiales” lo que más me ha impactado, como siempre, es la gente. Somos animales de costumbres, somos animales de grupo, somos animales de contacto. O al menos yo lo soy y así me siento siempre. Monté en decenas de tuctucs, buscando mínimos huecos entre reuniones y exprimiendo cada minuto (ya me conocéis) negociando el precio sobre la marcha, tras conversar un rato antes de entrar en harina trayectos de ida y vuelta, te esperan el tiempo que haga falta. Sonrisas que son puentes. No importa que no hables el idioma o que no entiendas del todo su genial acento inglés o sus costumbres, mirarse a los ojos lo atraviesa todo. Los mismos ojos con los que te deslumbra su majestuosa arquitectura, sus laberínticas calles, su descontrolado tráfico y tus propias contradicciones: admiras un monumento conocido mundialmente, mientras personas desmembradas mendigan por la misma calle: difícil procesar tanta belleza y dolor en un mismo parpadeo. Quizás la clave esté en aceptar sin cuestionar, como hace la India encontrando su equilibrio en medio del desorden, para encajar sólo las piezas que estén a tu alcance, dejándote guiar en las que te faltan, aunque nunca completarás ese puzle interminable.

El ruido, los olores, los colores y la sobrecarga sensorial te pueden pasar por encima, no es un país para todos, como decía más arriba, sólo para aquellos que estén dispuestos a abrirse a algo que, sin remedio, te cambia y te guía para entender que el mundo está lleno de profunda relatividad y contraste, un aprendizaje a la navegación, como cuando se llega en barco a la puerta del océano Índico, con flexibilidad y una sonrisa. Esa será siempre nuestra mayor ventaja competitiva. Y no estoy hablo de negocios.

Todas estas frases me han venido a la cabeza a la hora de redactar y titular este post:

  • «India: impactante, caótica y transformadora en 7 días»
  • «Lo que no te cuentan de India: contrastes brutales en Bombay y Delhi»
  • «Viajar a India me cambió la vida: olores, ruidos y lecciones empresariales»
  • «India en 7 días: un viaje entre el caos y la belleza»
  • «El país que golpea tus sentidos: así viví India»
  • «Bombay y Delhi: el contraste de India en primera persona»
  • «India: descubriendo la magia y el caos de Bombay y Delhi»
  • «India en estado puro: entre negocios, historias y caos»
  • «De los rascacielos a las chabolas: mi semana en India»
  • «India como nunca te la han contado: belleza y contrastes»

Antes de tiempo

El cuerpo pide, a veces le das, otras le niegas. La ética y el instinto luchando desde siempre dentro de nosotros. Las ganas y el freno. Si fuéramos animales, alejados de estos dilemas morales, quizá viviríamos más felices, disfrutando de cada simple placer en el santo momento en que nos diera la gana. Pero somos humanos, social y culturalemente moldeados por un entorno que, ayudando en la mayoría de ocasiones, pervierte y deforma algunas personalidades como un corsé, hasta el punto de generar peligrosos monstruos como la frustración o el desánimo por un lado o la soberbia y la dependencia por el contrario. Pocas veces en la vida nuestros tiempos internos andan al paso de los externos, acentuando esa desagradable sensación de no estar nunca del todo en nuestro sitio. Aunque, ¿cuál es nuestro sitio?

«Cuando seas padre comerás huevos» define fielmente el asunto de lo asíncrono que nos rodea cuando queremos hacer algo antes de tiempo, situación repetida continuamente en nuestra infancia y adolescencia, en la que la educación, la sociedad o simplemente la gente que nos rodea moldean o trastocan lo que sin ellos al lado podrían ser otros momentos, otras acciones u otras necesidades. Aunque, ¿cuándo es antes de tiempo?

La vida es como una rayuela pintada en el suelo: normalmente todos la atravesaremos saltando, muchos en orden, otros comiéndose algunas casillas que representan las habituales experiencias que la existencia nos proporciona: primer recuerdo, primer amor, primer trabajo, primera borrachera, primer hijo, primera gran pérdida familiar, primer gran problema real… Y cada uno de esos momentos vivido por cada uno de nosotros en el lugar temporal que le corresponde. Sea cuando sea en cada caso. Las cosas vienen cuando vienen, como mucho podrás intentar ajustar un poco previamente, ¿pero de qué vale echar la vista atrás y lamentarse? ¿Quién barema los plazos? ¿Quién puede ordenar el orden?

Algunos dicen que no hay nada peor que hacer las cosas antes de tiempo, yo creo que el gran problema actual reside en no hacerlas, o peor aún, en hacerlas después de tiempo, a trompicones y con el ansia que nunca conduce a nada pero nos guía más veces de las que debiera.                    

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
La Verdad de Murcia
Diciembre 2021

El día que…

Todo se desequilibró el día que cruzamos la delgada línea que separa la opinión de la crítica, el comentario del juicio, la exposición de la sentencia. Antes, en los bares, no había problema, todo quedaba entre las cuatro paredes y las siete cervezas, entre las risas y los gestos que delataban la certeza o directamente la coña total. Pero ahora… ¡Ay, ahora!

En las redes hay más expertos que temas a tratar, igual te crítica una renta mal presentada que analiza con fruición la nueva serie que lo peta en Netflix o el último spot publicitario de moda. Oye, que sabes de todo. Y de todo sabes mal y pronto. Dejándote continuamente en el ridículo más espantoso.

El día que desconectamos de lo salvaje nos acabamos asalvajando, perdiéndonos entre lo que no somos. He visto hace poco «Nomadland» y «Lo que el pulpo me enseñó», película y documental con un fondo común y una trastienda llena de enseñanzas: el ahora como tesoro. Matthew McConaughey dijo al recoger el Óscar al mejor actor en 2013 que su objetivo en la vida era él mismo a diez años vista y cuando pase la década su meta seguirá igual de lejos, pero estará ahí, al alcance de sus dedos. Bonita metáfora de no estar aquí ni allí nunca. Qué ansiedad.

Tengo una teoría, la falta de contacto con la naturaleza ha asalvajado a algunos, valga la paradoja. Ahora se asilvestra el personal cuantas más horas pasa enjaulado. Y son ellos, a propósito y con todo el gusto, quienes se encierran encantados en sus guaridas, ilusamente pensando que son libres. Pero la libertad sigue donde siempre ha estado. Fuera.

El resto, los más numerosos, tenemos la suerte de vivir en un momento de giro, el mundo está de mudanza, los cambios son inevitables y, aportando un poco de nuestra parte, orientando las velas en la misma dirección, nos encaminamos a un lugar inhóspito pero deseado, la felicidad.

Es momento de volver a notar nuestros sentidos, de escuchar con oído, tocar con fino tacto, oler con memoria, ver con los ojos entornados… Saborear, al fin y al cabo. Son cinco pero podrían ser más y para todos estamos en el momento de agudizarlos.

El día que pasemos cinco minutos al día escuchando a nuestros cinco sentidos seremos finalmente libres, felices y, seguramente, conectados con nuestras raíces, que se adentran en la tierra, verde, marrón y húmeda.

Ese día será el día que…

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
La Verdad de Murcia
Noviembre 2021

Lo que nos viene grande

Desde nuestro nacimiento estamos rodeados de cosas que nos vienen grandes. Los pañales talla cero, a no ser que tengas el tamaño de un lechón, son el primer ejemplo. Más tarde llega la ropa heredada, la habitación y la propia vida. Todo nos queda suelto. Y tú también, culpable, viniéndole grande a tus padres. Bastante holgado, por suavizarlo un poco.

Creces y entonces vas encajando, o eso crees, adaptándote en tamaño y forma a los utensilios que a tu alrededor son dispuestos. Creces y entonces ves que no encajas, o eso vuelves a creer, inadaptado muchas veces a esas cuadrículas en las que nos disponen los que mueven estos hilos de la mal llamada existencia. Luego nos viene grande la familia, el colegio, las amistades, las relaciones, la universidad. Nos va viniendo todo grande por más que crezcamos. Se nos queda grande el trabajo, los compromisos, las responsabilidades, nos viene grande la rutina y, estaba cantado, nos vienen enormes los hijos. Qué grande se nos queda la paternidad. Regreso al pasado. ¡Cuántas piezas y qué difícil unirlas!

Pero esto es sólo la primera parte del partido. De la vida.
Toca descanso. Tomar aire.
Comienza la segunda. La definitiva.

“La vida es como una tela bordada. Nos pasamos la primera parte de la vida en el lado bonito del bordado. Pero la segunda parte de nuestra vida la pasamos en el otro lado, es menos bonito, pero vemos cómo están dispuestos los hilos.”

Nos podemos sentir por momentos un descosido en la tela que por una cara muestra ese precioso bordado. Pero los hilos que generan el bello encaje por delante están cruzados de aquella manera por detrás, y aunque considerados antiestéticos por algunos, dibujan y desarrollan su trabajo efectivamente. Sin concesiones, prietos, unidos y por fin, de su tamaño y a tu criterio. Tan necesarios como invisibles por la mayoría. O peor, obviados. Evitados pero imprescindibles.

Y entonces, de repente llega un día en que parece que un sastre ha llegado a la ciudad y te ajusta el traje que tan grande te venía. Comienza tu pacto con el entorno, priorizando dimensiones y adaptándolas a tu figura. Pero es una mentira a voces, pues no son las costuras ni hay modista. Eres tú el que has encontrado tu ubicación en la vida, reconstruyéndola como un perfecto puzle, acoplado por fin con todo lo que te rodea. Ensamblado. Redondo.

Todo encaja de nuevo. O por primera vez.
El problema es que ahora sobran piezas. Si te gusta cómo te ha quedado, sólo tú sabrás si quieres hacerles hueco.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
12 de diciembre de 2018

Mesías Battiato.

Pido por adelantado disculpas si hiero sensibilidades religiosas. Pido por adelantado disculpas si hiero sensibilidades musicales. Pido por adelantado disculpas si hiero algo, lo que sea, porque escribo estas letras desde la emoción y el subidón. Y eso es algo que no debe hacerse. Pero como soy consciente de ello, me arriesgo encantado.

Tenía ocho años cuando compré mi primera cinta de casete. Era un día de primavera y desperté al mundo musical. En el bolsillo me quemaba el billete naranja de doscientas pesetas, toqueteándolo mientras miraba al frente, camino de la tienda Discos Hamelín en el Jardín de Floridablanca. Lo sacaba cada varios pasos para comprobar que no se había volatilizado y Leopoldo Alas Clarín me miraba fijamente tras sus anteojos de literato.

– Hola – digo al llegar.
– ¿Qué quieres? – me pregunta el disquero sin ni tan siquiera dignarse a mirarme, pensando que sólo quiero olisquear, como hacen los niños de ocho años en las tiendas de discos.
– Ecos de Danzas Sufi, de Franco Battiato – disparo a bocajarro.

A partir de ese momento no recuerdo la conversación, pero sí tengo grabada la cara del hombre, mezcla de sorpresa y devoción. Tras ese momento entré en el bucle musical más grande de todos los tiempos. El disco que más he escuchado en mi vida. Una forma de entender lo que te rodea, de afrontar ciertas cosas y de envidiar las que no podrás realizar nunca. Una forma de vida. La vida battiata.

Ocho canciones eternas que aún me acompañan: Centro de gravedad permanente, Sentimiento nuevo, No time no space, Los trenes de Tozeur, El animal, Up Patriots to arms, La estación de los amores, Chan-son egocentrique y Cuccurucucú.

Muchos años después de aquella cinta compré en CD el imprescindible “Battiato Collection” con treinta de sus míticas composiciones de nuevo en español. Y de nuevo se cosieron a la piel como parte de mi sangre. Con su última joya en castellano (Ábrete Sésamo, 2012), volvió a coronarse. Si quieres unirte a la religión battiata, consigue estos tres elementos y a disfrutar.

Prefiero a Battiato cuando canta en español, por eso la primera vez que lo vi en directo sentí algo agridulce. Todo en italiano. Frustración. La gente me chistaba para que dejara de cantar en español. La segunda vez iba preparado, pero de nuevo me dejó algo frío, estuvo sentado todo el concierto y transmitía menos de lo esperado.

A la tercera va la vencida, dicen. Y vaya si lo fue. La Mar de Músicas. 2017. Parque Torres. Cartagena. Franco Battiato nos regala algo inolvidable. Quizá todo fue como en los anteriores conciertos, quizá el siciliano está viejo. Lo seguro es que yo también he evolucionado y el cuarteto de cuerda y dos teclados con que nos deleitó fueron más que suficientes. Historia.

Sus letras profundamente filosóficas, su música a medio camino entre el rock progresivo y la tradición más folclórica, su presencia, su estilo, su voz… Si Battiato no es el mesías que el mundo espera no sé qué otro podría serlo.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 26 de Julio de 2017