A mi edad.

La próxima vez que me pregunten la edad costará arrancar de mi boca un cuarenta. Una década es mucho tiempo y los humanos somos animales de tan profundas costumbres como para rotar así a la ligera desde un continuo «treintayalgo». Esta es la primera columna que escribo una vez cambiado el prefijo, una vez cruzada la línea que, según algunos de los grandes pensadores de la historia, separa dos de las grandes etapas de la vida. ¿Y qué dos etapas son esas? Pues ahí es donde el tema se pone interesante. El sábado alcancé el cuarto dígito y físicamente sigo con las mismas arrugas, las mismas canas y el mismo cuerpo que la semana pasada. Sigo anímicamente con el mismo optimismo, la misma ilusión, los mismos miedos y las mismas manías que cuando las tres decenas. En números romanos 40 se escribe XL, como un concreto designio de lo que te espera: hacerte grande.

No voy a entrar en filosóficas discusiones que dan poco fructíferas vueltas en círculo acotando esas fases: ¿Infancia, adolescencia, madurez, senectud, vejez? Ahora que los tengo siento, orgulloso, que sufro y disfruto un poco cada una de ellas. El niño que tengo dentro impulsa a hacer esas tonterías que encantan a mis hijos, el adolescente me sigue poniendo en duda ante esa balanza que combina lo que debo y lo que quiero hacer, el maduro me da la perspectiva y la senectud va dejando dolores físicos con los que no queda otra que aprender a convivir. No voy a negar que la «midlife crisis» de la que hablan los ingleses puede que me esté rondando, espero saber dejarla atrás. Como la edad del pavo o los granos de la pubertad.

A mi edad resuelvo que la clave del proceso es entender que no se trata de una decisión, sino de una consecuencia. No hay cambio que no genere rechazo, por pequeño que sea, y no hay paso que no ponga los pelos de punta. Cumplir años no se elige, se disfruta. Hacerse viejo no es una opción, es una suerte. Ver (y verte) crecer a (y con) los tuyos no debe generar ansiedad, sino responsabilidad. Trasladarse por el espacio subido a la Tierra es un regalo. Asómate a la ventana de noche y respira hondo.

Os recomiendo llegar a cuarenta. A cincuenta. A sesenta. Os recomiendo hacer un fiestón que no se olvide. Os recomiendo invitar a vuestra gente y si tenéis la gran suerte que he tenido en mi vida, os recomiendo que la fiesta se llene, que dure tantas horas como para perder la cuenta. Y que la resaca dure aún más. Que luego veas las fotos, los vídeos, recuerdes los momentos y puedas decirte a ti mismo: Qué bueno es hacerse mayor si puedo seguir rodeado de esta maravillosa pandilla.

¡Gracias!

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 31 de Mayo de 2017