Peajes, prejuicios y recompensas

Pasar de un lado a otro suele tener un precio y en el continuo movimiento que supone nuestra vida pocas cosas realizamos más veces que precisamente esa, andar saltando de acá para allá sin poner, como la sabiduría popular se encarga de recordarnos, el huevo en ninguna parte.

No pensarías que iba a salirnos gratis.

Hay ríos que separan ciudades, valles que separan montañas, autopistas que separan capitales, mares que separan países o túneles que separan continentes. Y al tiempo los unen, los acercan y, con su correspondiente peaje, algo nos cuestan. Pero los lugares no solo son geográficos o políticos, las zonas mentales también tienen bordes, en muchas ocasiones más profundos que los físicos y, del mismo modo, cada vez que cruzamos una de estas fronteras algo nos dejamos atrás.

Pienso en esto mientras pasa de nuevo por mis manos un libro que en su momento no quise leer (adolescencia fronteriza) tras haber echado una prejuiciada ojeada a la biografía del autor. El peaje mental que ahora he pagado me permite disfrutar sin manías una joya que no estaba hecha para mi yo anterior. Me ha sucedido esto mismo con textos, con canciones y con películas, por el lado físico. Pero también me ha pasado con personas, clientes e incluso familiares por el lado místico.

La ilusoria y ficticia sensación de estar a salvo en tu país mental. Ese sentirte libre cuando más atado estás, solucionado de un plumazo con el peaje como precio para superar limitaciones interiores, como liberación y apertura de otros mundos, de otras realidades y nuevas conexiones.

¿Pero y ahora que podemos estar en varios lugares al mismo tiempo? ¿Qué pasa con los límites? ¿Qué pasa con los peajes? ¿Sigue habiendo fronteras? Quizá más intensas que nunca, más difíciles de cruzar que antes, pero por tanto más satisfactorio su pago, más gratificante su recompensa y más pacificador el traslado.

Moverte libremente, como paradigma de una sociedad que nos tiene atados (con nuestro consentimiento, todo sea dicho), tiene un precio. Y lo vas a pagar de un modo u otro. Más vale que vayamos haciéndonos a la idea. Quizá sea el momento de ahorrar, el coste es ridículo y la recompensa enorme: viajar lejos, mental y físicamente.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
14 de octubre de 2020