Viajar desde Murcia… ¿Misión imposible?

Era febrero de 2016 cuando en estas mismas páginas escribía una de las miles de anécdotas que como viajero de tren habitual entre Murcia y Madrid sufro (o sufría) a menudo en estos trayectos. «Los trenes eternos» puse por título a aquella columna que, mal que me pese, sigue tan vigente como hace un lustro. Que se dice pronto.

Tras el parón de viajes por el Coronavirus, hoy mismo (escribo en marcha) retomo los viajes a la capital de España. Creo que es la primera vez en mi vida que estaba más de un año sin pisar Madrid y, quizá por el olvido al que todos hemos debido someter nuestras experiencias tras la traumática pandemia, no recordaba (o como diría aquel, no quería acordarme) el cuerpo de trapecista que a uno se le queda en estas peripecias. No es esto algo nuevo, claro está, varias décadas de promesas incumplidas, de proyectos sin sentido y de brindis al Sol que dejan a los murcianos en la misma casilla de salida cuando queremos movernos por la península. Atentos.

Para la ida nos han metido en un autobús desde Murcia a Albacete (aun cuando lo comprado era un billete de tren), una escala de media hora en Los Llanos y luego un AVE hasta Atocha. La vuelta, pasado mañana, será en tren de alta velocidad hasta Orihuela, pero claro, sumándole la espera en la vecina ciudad alicantina y el último sprint (puede usted reírse) de acercamiento en Cercanías hasta El Carmen, llegaré a casa casi al mismo tiempo que llegaba antes cruzando La Mancha.

Entiendo, suelo ser fácil de convencer cuando el que me habla tiene argumentos de peso, la dificultad de organizar y vertebrar las comunicaciones en una ciudad, en una región, en un país o en un continente. Por eso me pregunto si los que se sientan a pensar sobre las opciones que hay encima de la mesa son protagonistas luego de las decisiones que ellos mismos toman.

Al igual que en otras tantas facetas de la vida, solo pido un poco de empatía, algo de cariño y mucho conocimiento de causa a cualquier persona que tiene mano en algo, que de sus acciones dependen otras personas. No estamos haciendo bien las cosas cuando la distancia entre los despachos y la calle cada día es más grande.

Pero claro, para pedir soluciones quizá hagan falta personas a la altura y desde luego que, visto lo visto últimamente, de altura política, que en el fondo suele ser el origen y final de todos los males de la ciudadanía, andamos bastante escasos en esta parte del mapa.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
Abril de 2021

Madrid, Madrid, Madrid

Antes de disponer de esta columna semanal ya escribía de manera más o menos asidua en mi blog personal volcando, al igual que hago ahora cada miércoles en estas páginas de papel, lo que se me pasaba por la cabeza quizá con más ganas que criterio y con más ilusión que destreza. Buceando entre los folios digitales he reencontrado una especie de poema de 2012 donde intentaba definir Madrid, esa ciudad que si no te mata te hace más fuerte, que está tan cerca del cielo como del infierno y que puede ser punto de partida o pozo sin fondo con las mismas probabilidades.

Madrid fue mi segunda casa durante una larga temporada, suelo ir con frecuencia y sigo teniendo, con permiso de Renfe y compañía, familia y buenos amigos allí. Imagina la ilusión que me hace visitarla con mis hijos, que como buenos herederos adquirieron de sus padres ese gen viajero que no todos saben gestionar, con la sonrisa en la cara aunque estuviéramos en la calle quince horas seguidas, disfrutando juntos de un lugar que siempre está ahí para sorprenderte, porque por mucho que creas conocer sus calles, sus barrios o sus gentes, Madrid siempre atrapa con algo diferente. Mis hijos, una vez más, haciéndome tan feliz como orgulloso. Qué bien lo estamos haciendo, cariño.

La Media Maratón fue esta vez la culpable de que desembarcáramos en pandilla, disfrutando de un fin de semana en familia, ideal para correr y apretarse un poco las tuercas que no venía nada mal después de dos años sin ponerme un dorsal de competición y cinco sin realizar esta preciosa distancia que son los veintiún kilómetros a pata, que aunque parece la mitad es mucho menos y los que han corrido la distancia de Filípides lo saben bien.

Iba justo de preparación pero fuerte de cabeza (para no variar) en una mañana fría y soleada, escenario perfecto para lanzarse a las calles del centro de la capital, por las que fui sumando cansancio y recuerdos a partes iguales: Castellana arriba, Torres Kio, Bravo Murillo, Cuatro Caminos, Raimundo Fernández Villaverde, O’Donnell, Goya, Velázquez, Serrano, Colón, Retiro y Paseo del Prado. ¿Puede haber un recorrido más precioso? Lo dudo bastante. ¿Puede haber un recorrido con más cuestas? También lo dudo bastante. Sufrí en mis carnes la famosa dureza de sus calles para los runners. Para el recuerdo esa maldita rampa del 15 al 16 donde pensé que se me escapaba el crono… Finalmente prueba superada, recortando por los pelos la hora treinta y cinco. Se sube mucho, sí, pero también se baja.

Sensación agridulce el momento de la separación entre los valientes que iban a por los 42 de la maratón completa y los que nos conformamos con la mitad. Me dicen que esa segunda parte es aún más dura. Quizá algún día lo sepa.

O quizá no.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
1 de mayo de 2019

El tiempo en la vida de barrio.

Cuando vivía en Madrid el tiempo era diferente. Estoy escribiendo esta columna y aún no tengo claro si me cundía más o menos que ahora. Vamos a analizarlo.

Cuando vivía en Madrid tardaba más en llegar a la boca de metro más cercana a mi casa de lo que en Murcia tardo en plantarme en la silla de la oficina. Y luego el viaje propiamente dicho: un par de transbordos y otra caminata tras salir de nuevo a superficie en el barrio de destino. «Correr y atravesar mil vidas grises de gente gris», que diría alguien.

 

Cuando vivía en Madrid comía de tupperware encima de la mesa del despacho porque era inviable pensar en salir a comer fuera. Prohibitivo económicamente en tu primer trabajo e inviable por el tiempo que necesitaría para ir y volver. Los horarios de trabajo eran interminables, entrar de noche, salir de noche. Eso sí, hice algunos de mis mejores amigos.

Cuando vivía en Madrid se me iba en alquiler cerca de la mitad del sueldo, en transporte otro pico. Y qué decir del tiempo perdido. Eso sí, leía mucho más que ahora. Paseos bajo tierra. También escuchaba más música. Y qué música.

El tiempo ahora en Murcia ha cambiado. El tiempo en la vida de barrio es llevar a los hijos al colegio de la mano en cinco minutos cruzando únicamente dos pasos de cebra, utilizar transporte privado sólo cuando es estrictamente necesario y poder salir con quince minutos de antelación para llegar andando a paso ligero a una cena en cualquier punto de la ciudad. El tiempo en el barrio es que el panadero te lleve el pan a la puerta de casa,  que un cliente te regale una bolsa de tres kilos de naranjas o pasar una tarde entre semana en el centro. Que los camareros te pongan el café con leche fría en vaso grande con sólo un contacto visual, que la vecina te pida recoger del cole a sus hijos porque se le ha complicado un asunto. Y viceversa. Esto es vida de barrio. Con sus enormes ventajas. Y algún «inconveniente» como tardar veinte minutos en recorrer los doscientos metros de distancia entre Santo Domingo y la Catedral.

Sí, en Madrid hay una inmensa vida cultural, gastronómica, nocturna y lo que quieras. Está bien cuando eres joven.  A nuestra edad no sales de tu barrio, que es más grande que casi cualquier capital de provincia. Y no te mueves. Vida de barrio, entonces. Prefiero ir de vez en cuando y disfrutar la capital con billete de vuelta.

Para vivir en un barrio de Madrid prefiero mi Murcia. Mi barrio y mi gente.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 1 de Febrero de 2017